“Las
ideas no necesitan ni de las armas, en la medida
en
que sean capaces de conquistar a las masas”
Fidel
Castro
Oscar
A. Fernández O.
Es
necesario reiterarlo y demostrarlo: la Universidad de El Salvador
(UES) asume su compromiso histórico con la cultura, con la educación
y con la construcción de la democracia popular y la cultura de la
libertad, la justicia, la igualdad y la solidaridad. Es necesario
recordarlo y demostrarlo: la Universidad pertenece al pueblo
salvadoreño, la Universidad Nacional es un bien de todos y todas las
salvadoreñas; la Universidad debe trabajar para el pueblo y su razón
de ser es el pueblo.
La
Universidad es el más valioso patrimonio cultural, el más digno de
los afanes colectivos, el más sensible de los esfuerzos del
valiente, noble y trágicamente mal tratado pueblo salvadoreño.
Los
derechos constitucionales que definen la autonomía universitaria nos
hacen doblemente responsables: de un lado, somos responsables de un
honrado y escrupuloso ejercicio de los recursos públicos; del otro,
somos responsables de un esfuerzo creciente por educar y formar
ciudadanos comprometidos con la convivencia democrática, el
desarrollo social, la solidaridad y con la equidad en el ejercicio de
los derechos y el cumplimiento de las obligaciones, para que
prevalezca la razón y la justicia sobre cualquier otra cosa.
Tarea
social por excelencia, la formación científica de la juventud, está
presente en los medios y los fines de nuestra Alma Mater. No podemos
ser ni existir sino para corresponder a las expectativas de
profundidad académica que nos exige el desarrollo científico
humanista de la sociedad.
La
Universidad de El Salvador tiene una historia cultural y educativa
que ha enriquecido la vida social, política y económica de la
nación. Nos antecede una variada voluntad de cultura, una rica
expresión artística, una diversidad de ideas y un empeño
permanente por transformar la vida en común, desde una perspectiva
histórica y social.
Lamentablemente
todo esto fue arrasado por la irracionalidad de las dictaduras
militares y la insensibilidad arrogante e intolerante de un modelo
económico oligárquico productor de pobreza y atraso social, que
golpea como nunca los cimientos de esta vilipendiada nación
salvadoreña, frente a la impavidez cómplice de muchos que sirven a
ese poder. Declarados enemigos de la Universidad y del conocimiento
científico, han bloqueado su desarrollo, sumiéndola en el
estancamiento, con intenciones de apropiársela para convertirla en
una cantera de mano obra calificada, que apuntale su derruido
proyecto político.
Nosotros,
hijos de esta Universidad, también tenemos una cuota importante de
negligencia en la deshonrosa situación que atraviesa nuestra madre
casa de estudios, pues hemos permitido que en su seno campee la
mediocridad, el oportunismo y la prevalencia en muchos casos, de los
más aberrantes propósitos egoístas.
Sin
embargo, la mayoría de estudiantes, profesionales, académicos,
trabajadores y profesionales que hoy acudimos al llamado de la Alma
Mater, seguimos formando parte de la actitud universitaria que a
través de décadas antepuso la razón a la barbarie, las ideas a las
armas, el diálogo al silencio, el conocimiento a la ignorancia y la
resistencia crítica a cualquier forma de determinismo cultural o
político, pero que también luchó a la par del pueblo, cuando tuvo
que hacerlo. Por eso es menester recordar también, en nombre del
avance cualitativo histórico de esta Universidad, a todos sus hijos
e hijas que dieron la vida por la libertad del pueblo
Con
esta misma convicción debemos construir la nueva era de la
Universidad; orgullosamente pertenecemos a una comunidad
universitaria capaz de afrontar el reto de fortalecer el liderazgo
político y cultural de nuestra Educación y los cambios
fundamentales que necesita este país.
Nos
honra ser parte de una aspiración histórica largamente pensada y
pacientemente edificada. Ha llegado el tiempo de mirar el porvenir.
Hoy tenemos la responsabilidad urgente de reflexionar sobre la
Universidad del Siglo XXI; es decir, sobre la Universidad que nos
demanda la necesidad de construir una sociedad verdaderamente
democrática y el desarrollo del pueblo, eneste tiempo.
Debemos
agradecer, a quienes dirigieron nuestra alma Mater en tiempos pasados
y gloriosos, y a quienes rescataron a la Universidad de las garras de
la dictadura militar, sosteniendo y desarrollando su espíritu
académico y lucha social en el seno mismo de una guerra civil
sangrienta que se libraba contra los opresores del pueblo; a los
insignes maestros que arriesgando sus vidas lograron desarrollar
promociones de profesionales en la que se llamó la Universidad en el
exilio, como símbolo de la resistencia valiente a la dictadura de
turno que intentó destruir la Universidad.
En
la cercanía, a quienes lograron abrir de nuevo las puertas del
campus universitario después de la guerra levantando de las cenizas
a la Universidad.
Nos
enorgullece reconocer en especial a los célebres ex rectores, Félix
Ulloa (Rector mártir, asesinado por la dictadura), Fabio Castillo
(QEPD), Rafael Menjivar (QEPD), Luis Argueta Antillón, Dr.
Benjamín López Guillen,
Dra. María Isabel Rodríguez e Ingeniero
Rufino Antonio Quezada Sánchez,
a quienes hemos tenido el honor de conocer, colaborarles y
compartirles nuestras ideas. Gracias en nombre de todas las
generaciones de universitarios, por su esfuerzo y sus luces.
La
brevedad no nos permite mencionar otros nombres de hombres y mujeres
extraordinarios que siempre han luchado, en cualquier circunstancia,
por una Universidad cualitativamente mejor en todos los aspectos.
Vaya entonces nuestro reconocimiento merecido.
En
general, debemos agradecer también, a quienes fundaron la
Universidad de El Salvador, a quienes lograron la autonomía y
ganaron el cogobierno, a quienes abrieron las ventanas para que
entrase el viento fresco del conocimiento universal, a quienes han
conseguido los espacios de dignidad para que miles de jóvenes
reciban un legado de dignidad educativa.
Especial
y efusivo reconocimiento hemos de expresar para nuestros hermanos y
hermanas universitarias que incluso entregando su vida, lucharon por
la libertad de nuestro pueblo, pariendo las ideas más diáfanas,
humanísticas y revolucionarias que marcaron el rumbo en las
distintas etapas de la lucha popular. No podemos menos que
inmortalizar también, la memoria de cientos de nobles universitarios
y universitarias que fueron masacrados por las salvajes dictaduras
militares.¡Loor y eterna gloria a nuestros compañeros y compañeras
caídos en la lucha!
La
Universidad es la más importante fuente de formación ética de la
sociedad. Como organismo público autónomo, satisface su misión de
pugnar por la igualdad de todos ante la cultura.
Y
es que creemos en la fuerza de las palabras, de las ideas y de los
conceptos por encima de la fuerza irracional de las armas y los
dogmas; creemos en la fuerza creadora del significado por encima de
las desmesuras del poder; creemos en la fuerza de la reflexión
humanista por encima de cualquier fanatismo político, religioso o
moral; creemos en el análisis y la comprobación por encima de la
aceptación obediente de consignas. Somos enteramente críticos
frente a los hechos, por más obvios que parezcan.
Creemos,
en suma, en una Universidad que albergue el pensamiento plural y
democrático y lo ofrezca generosamente a la comunidad.
Esta
es nuestra tarea: pensar, ayudar a pensar, educar en la razón y en
la libertad, imbuir el espíritu de honradez intelectual, crear y
recrear expresiones de cultura, formar personas éticamente
responsables y lograr que la educación sea el medio por excelencia
para la edificación de una sociedad democrática y humanista.
No
son pocos ni menores los problemas que gravitan sobre la enseñanza
pública y sobre la UES. Junto a las dificultades propias de una
globalidad económica y cultural que avasalla los espacios locales y
nacionales, también afrontamos incomprensión, recelo, suspicacia y
temor.
Para
dar respuesta, es preciso formar una comunidad universitaria sólida
y solidaria; es preciso fortalecer la presencia de esta comunidad
académica en la sociedad, en las instituciones públicas y privadas,
pero particularmente es de primer orden que la docencia, la extensión
y la investigación correspondan con el desarrollo social necesario
para el país.
La
defensa de la Universidad Pública, no ha de ser una argumentación
aislada, una reiteración de frases hechas, sino un sistema bien
ordenado de razones y argumentos basados en la seriedad académica,
en el pensamiento político de avanzada, en la calidad de alumnos,
maestros e investigadores, y en los valores que tiene una educación
emancipadora.
Sobre
todo en épocas de crisis e incertidumbre, no hay mejor inversión
que la destinada a la educación. Por tanto, la defensa responsable
de la Universidad es la defensa de la civilización y la cultura, la
defensa de la democracia popular y sus valores, particularmente el
diálogo, la tolerancia, la igualdad y la participación.
Nuestra
propuesta general es que consolidemos la presencia de la comunidad
universitaria en el desarrollo cultural y social del Estado
salvadoreño que en esencia debe ser el pueblo organizado; que la
fortalezcamos mediante la generación de conocimientos, prácticas y
valores que hagan de la cultura un bien público.
Necesitamos
reiterar el proyecto de una Universidad socialmente pertinente,
financieramente viable y públicamente responsable.
Tenemos,
en primer lugar, un compromiso con la educación científica.
Comprender los fines, definir los medios, manejar adecuadamente los
recursos y rendir cuentas al pueblo, son los conceptos que delimitan
nuestra responsabilidad.
El
liderazgo de la autoridad universitaria propiciará el entusiasmo por
la enseñanza y el aprendizaje, por la investigación compartida, por
la extensión del conocimiento, por la difusión de la pluralidad
cultural.
Tenemos
desde luego un compromiso con la gestión de recursos para que la
Universidad cumpla dignamente con sus fines y garantice la
satisfacción de sus obligaciones laborales.
En
este sentido, es preciso responder con una administración ordenada y
transparente; es preciso revisar la estructura administrativa y las
funciones, adecuar los espacios, erradicar inercias, deshacer
burocratismos y desmantelar prácticas arbitrarias; es preciso
renovar el espíritu de comunidad, mover las voluntades dispersas y
articularlas en torno de grandes objetivos, despertar el gusto por la
lectura, la seriedad de la investigación, el hábito del diálogo y
el debate; promover la acción política y motivar la generosidad del
conocimiento, haciendo de la Universidad una Institución abierta al
tiempo y al mundo.
Tenemos
un compromiso con las reformas políticas y sociales del Estado, en
especial con aquellas que refuercen la distribución equitativa de
recursos y un nuevo marco de relaciones entre la sociedad y las
instituciones públicas.
Tenemos
un compromiso en materia de planeación, vigilancia y evaluación del
desarrollo integral del Estado. Es mucho lo que la Universidad puede
aportar en la determinación de prioridades y en los modos de
atenderlas.
Nuestra convocatoria es que iniciemos una
reflexión sobre la Universidad Públicapara una nueva sociedad
democrática; una reflexión sobre la presencia que ella debe tener
en un mundo abierto, complejo e incierto; una reflexión sobre el
potencial que tiene la ciencia, el arte y la educación en la
construcción de una sociedad menos injusta.
El
desafío humanista de la Universidad es el liderazgo de la
inteligencia de una sociedad en movimiento.
Asumamos
en primer lugar el compromiso de la congruencia. Si pretendemos ser
la conciencia ética de la sociedad, antes debemos ser la conciencia
crítica de nosotros mismos. No hay crítica donde no hay
autocrítica.
La
sucesión rectoral ha sido el resultado de un proceso democrático de
amplia participación. Hemos dado ejemplo de civilidad, propuesta y
respeto. Ello nos hace más responsables. Ahora debemos elegir,
seleccionar y evaluar los asuntos universitarios, de acordar cambios
internas de fondo y de definir el perfil de Universidad que nos
demanda el desarrollo cultural necesario para construir un nuevo El
Salvador.
Tenemos
la responsabilidad de ampliar la oferta y cobertura educativas, pero
no tenemos derecho a crecer en detrimento de la congruencia y de la
razón.
Tenemos
la responsabilidad de afrontar el problema del financiamiento.
Resulta impostergable el aumento en la cobertura de las becas
estudiantiles; es preciso definir las garantías de estabilidad
laboral y satisfacción de los derechos de pensión y jubilación, de
los docentes y demás trabajadores, pero también es imprescindible
garantizar el futuro económico de la Institución y el ingreso de
las nuevas generaciones de aspirantes, a quienes hemos de formar
adecuadamente.
No
podemos postergar la solución de la viabilidad financiera de la
Universidad. La inversión para la cultura, la educación y el
desarrollo de la ciencia no puede seguir siendo mermada a riesgo de
que sigamos encarcelados en el ostracismo y la mediocridad.
Tenemos
el compromiso de ampliar los espacios y dignificar las condiciones de
nuestros programas educativos y culturales, pero conviene que la
presencia de la Universidad en todo el territorio nacional, sea el
resultado de un amplio ejercicio de reflexión, planeación y
pertinencia.
En
esta virtud, la vitalidad universitaria se orientará a respaldar los
mejores proyectos de investigación, a apoyar los esfuerzos de
creación artística, a estimular el talento y la perseverancia, a
privilegiar los méritos y a reforzar la vinculación de la
Universidad con los problemas políticos, económicos y sociales de
nuestro entorno.
La
autonomía nos otorga un conjunto de derechos y nos impone a la vez
un conjunto de obligaciones. Las libertades de cátedra y de gobierno
no son privilegios, son responsabilidades. Los recursos que ejercemos
son públicos y por tanto debemos administrarlos con honradez y
transparencia. La rendición de cuentas deberá ser una práctica
permanente.
El
liderazgo democrático que debe ofrecerse tiene la obligación de
tender puentes con las instituciones públicas. No nos interesa
vencer sino convencer. Tenemos la certeza de que la educación
universitaria es la aliada natural de los gobiernos democráticos.
Sin una educación pública exigente, el Estado camina a ciegas y la
sociedad transita hacia ninguna parte.
Así
como el Estado debe ser el espacio donde cabemos todos, el sitio
natural donde las personas libres aprendemos a convivir, así la
Universidad es el espacio que ilustra la convivencia y da razón
acreditada sobre las cosas del mundo.
Los
fines de la Universidad son sin duda los fines más significativos de
un Estado de justicia y de una sociedad democrática. La Universidad
necesita el respaldo de ambos. Estado y Sociedad adquieren su más
genuina legitimidad si hacen de su Universidad el espacio de
humanismo y cultura de mayor prestigio público.
Necesitamos,
al efecto, nuevas plazas de tiempo completo; nuestros profesores
requieren estabilidad, formación profesional permanente y profunda,
un sistema de becas e incentivos, la formalización institucional de
los investigadores y el respaldo a sus trabajos. Junto a lo anterior,
la investigación de alta calidad nos exige no sólo el respaldo
económico sino el aprecio público al talento y la creatividad.
Es
urgente fortalecer los cuerpos académicos y fomentar la vinculación
interdisciplinaria de los proyectos, particularmente aquellos que
apuntan a resolver problemas del desarrollo social en comunidades
marginadas y los que se propongan la comprensión de los problemas
políticos, económicos y sociales. La investigación científica
constituye una función esencial del quehacer universitario. Es
prioritario definir reglas específicas para la investigación y para
los investigadores, definir objetos de estudio y vincularlos con las
grandes prioridades del desarrollo del pueblo.
La
avenencia democrática es el principio que rige el compromiso de
mantener las cuotas bajas de los alumnos, de terminar con los pagos
diferenciados y de respaldar la movilidad de los jóvenes. Es
indispensable, en consecuencia, apoyar las iniciativas estudiantiles
en materia política, cultural, deportiva, de servicio social y de
participación en proyectos de investigación.
La
vinculación de estudiantes y egresados con el trabajo es una
responsabilidad institucional que estamos obligados a atender. Es
cierto, la precariedad del empleo y la injusta distribución de los
recursos son realidades que analizamos, explicamos y criticamos; pero
no son pretextos para que la Universidad no explore los distintos
modos como alumnos y profesionales pueden incorporarse al empleo, a
la producción y a la dirigencia de actividades políticas,
económicas y culturales del Estado y del país.
La
extensión es la comunicación real, concreta, factible y efectiva de
los proyectos universitarios con las expectativas culturales de la
comunidad. La extensión debe llevar el conocimiento, la
investigación científica y la reflexión política humanista a los
espacios donde la sociedad demanda respaldo, asesoría, cultura, arte
y ciencia. La inteligencia universitaria lo es realmente si
trasciende el aula, el cubículo, el laboratorio,y es entregada a
quienes en última instancia hacen posible la existencia de nuestra
Alma Mater, el pueblo salvadoreño.
Educar
en la verdad y en el honor mantiene la energía humanista de educar
en igualdad y libertad, y para la igualdad, la solidaridad y la
libertad de los pueblos
Nos
corresponde pensar. Esto es lo que nos define. En cada espacio y
momento de la Universidad viven la razón, la crítica, el
cuestionamiento, la reflexión y la honorabilidad del pensamiento que
escudriña, examina y verifica. Este es el más formidable de
nuestros desafíos: ejercer el liderazgo académico y cultural de una
sociedad democrática en un nuevo contexto mundial y nacional.
Ante
la incertidumbre que provocan las nuevas realidades del mundo y del
país, la respuesta universitaria reafirma su vocación de pugnar en
todo caso por la humanización de la política, de la economía y de
la sociedad. La ética es su estandarte.
Como
sitio de honor del pensamiento humanista, la Universidad tiene el
enorme reto de alzar la voz contra la injusticia, de abrir las
puertas de la razón para combatir la sinrazón, para desentrañar la
superstición, para denunciar el poder autoritario y cualquier forma
de discriminación.
A
la Universidad le corresponde brindar servicios académicos y formar
mujeres y hombres libres que sean capaces de gestionar su propio
bienestar espiritual y material, el de sus familias, y de enriquecer
la vida colectiva con soluciones que al mismo tiempo sean realistas e
imaginativas. Nos corresponde en lo cotidiano ganarnos el derecho de
pertenecer a una comunidad cultural y científica de honorable
historia.
Finalmente,
nos corresponde el deber de satisfacer el derecho social a la
educación y a la cultura, para una sociedad verdaderamente
democrática, en la que prevalezcan los derechos del pueblo y
desaparezcan los poderes fácticos supeditándose al Estado, es decir
al poder del pueblo, el cual es inalienable, intransferible e
insustituible.