La
justicia, la igualdad del mérito,
el
trato respetuoso del ser humano,
la
igualdad plena del derecho: eso es la revolución.
José
Martí
La
izquierda como todos sabemos, es desde siempre la contraposición a
la derecha, pero para la mayoría los límites entre ambas son muy
vagos y el espectro ideológico que abarcan, es igualmente vasto en
las dos. Ser de izquierdas supone una determinada concepción más
que del mundo, que es problema de la filosofía y las religiones, de
los humanos, sus derechos y sus deberes. Por tanto, existe una
relación directa entre la revolución y la izquierda. Los
compromisos de la izquierda han sido distintos a través de la
historia política: izquierda y anarquismo; izquierda y cristianismo,
izquierda y cultura e izquierda y democracia.
Algunos
insisten en que la izquierda actual se ha mantenido a la sombra de
las derechas, empujada por la caída del sistema soviético y el
embate de las ideas escépticas y pragmáticas que caracterizan esta
fase de la era moderna. Otros sostienen, que se ha quedado sin
argumentos frente a un mundo que mira la extensión de sus
sociedades, basada en la economía de los grandes países
capitalistas y de manera especial en los Estados Unidos, cabeza y
alma del imperio global. Sin embargo, por muy lastimada que pudiera
estar la izquierda, todavía le quedan fuerzas para clamar contra la
injusticia de esos pueblos que mantienen el 30 por ciento o más por
debajo de los límites de la miseria o de un mundo en que el 80 por
ciento mueren de hambre, mientras el otro 20%, hace dietas para
adelgazar.
Pero
esta superficialidad que algunas izquierdas evidencian hoy, le han
acarreado cruentos e incruentos ataques desde todos los ángulos del
panorama político, que escudándose en lo económico y lo moral,
intentan no sólo desprestigiarla, sino envilecerla y desautorizarla.
El
marxismo no ha dejado de ser un referente intelectual, sin embargo la
izquierda debe reconocer que éste ya no tiene la misma influencia
política de antes, aunque sus planteamiento han vuelto a la
palestra, aún entre los intelectuales del capitalismo. A Marx no le
alcanzó la vida para definir el mecanismo eficaz que produciría el
cambio de la realidad y el destino del capitalismo: el
empobrecimiento de grandes masas de población y la proletarización
de las capas medias. Pero nadie ha sido capaz, hasta hoy, de
continuar esa construcción ideológica equiparable en fuerza,
contundencia, seducción intelectual y penetración. Aunque comienzan
a surgir algunos intentos en las escuelas marxistas contemporáneas.
Sin
embargo, para los izquierdistas revolucionarios, el marxismo realiza
una explicación muy completa de los orígenes del capitalismo, de
las leyes de su funcionamiento y de la manera para poder revocarlo.
Es una teoría de cómo las ricas naciones capitalistas podrían
utilizar sus inmensos recursos para lograr la justicia y la
prosperidad de sus pueblos. De ahí, el inmenso atractivo que ha
ejercido tanto en muchos intelectuales, como en grandes masas de los
pueblos del mundo. El contraste no puede ser mayor si lo comparamos
con la ideología neoliberal, que va en dirección contraria.
Las
derechas por su parte, también han sufrido una particular mutación.
El conservadurismo clásico, poseedor de un bagaje de principios y
concepciones del mundo con gran influencia religiosa, ha sido
sucedido por un neoliberalismo sin contenido moral, que tiene
capacidad de impulso político a pesar de todo, a través del
consumismo.
La
izquierda hoy necesita un proyecto político, el cuál no es sólo un
conjunto de ideas y medidas, aunque sean brillantes. Un proyecto
político, como decimos en un artículo anterior, tiene al menos
cinco componentes políticos esenciales, sin los que es muy difícil
lograr el apoyo social.
La
dimensión ideológica
que aporta los objetivos morales, éticos, de valores, su filosofía
y su sentido más humano. Un
programa, que establece
los objetivos políticos del proyecto, es decir, los elementos más
concretos y vinculados a cada realidad, lugar y personas que son
objeto y sujeto de él. Una
base social, que por la
pretensión democrática del proyecto requiere una serie de personas,
grupos y clases, cuya perspectiva de vida e interés puedan ser
unidos detrás de unos objetivos políticos y morales.
Los
instrumentos para la
acción política operativa,
que son básicamente los partidos políticos y el Estado. Los
partidos políticos son los encargados de convertir las necesidades y
demandas del pueblo o de otros sectores que representen, en
decisiones políticas o a planteamientos programáticos. Sin embargo
los partidos de izquierda hoy, deben entender y asumir que su
actuación es en última instancia, con la institucionalidad del
Estado, electa de forma democrática y legitimada, para imponer, si
es necesario, una decisión. Finalmente, la estrategia que es la que
ordena la ideología, el programa, la base social y los instrumentos
políticos de acción en un tiempo determinado, con aliados
específicos y con una idea de la oportunidad y el momento apropiado
para conseguir una hegemonía política.
Sin
estos elementos funcionando al unísono, es difícil decir que una
fuerza política o un conjunto de ellas, tienen un diseño de
intervención social económica y cultural de cambio. Esto da una
legítima pretensión de convocar a las mayorías para alcanzar
objetivos a mediano y largo plazo. Si falta alguno de estos
elementos, la acción política es débil y puede decirse que no hay
proyecto.
Buena
parte de la izquierda está lastimada por la pérdida de referentes
morales y de su utopía, como dice Habermas. Estas expresiones de la
izquierda hoy, no han definido objetivos políticos claros, a pesar
de que el “modelo” neoliberal ha caído en descrédito y de haber
logrado ciertas cosas importantes como retomar el Estado y propiciar
el fin de las dictaduras militares, lograr las libertades básicas,
etc. La izquierda ha perdido aquella base social fiel y decididamente
identificable, lo que ha producido una fractura que conduce a que las
clases medias y otras, sean seducidas por los cantos de sirena de las
derechas a través de un mercado, que solo como espejismo, está al
alcance de todos.
La
izquierda debe recobrar un proyecto propio y no sólo contestatario,
manteniendo la continuidad con tradiciones que no deben abandonarse,
defendiendo la democracia radical, la igualdad de oportunidades, la
justicia y la solidaridad, asuntos que han costado tanta sangre a
través de tantos años. Esta es una labor muy difícil que demanda
tiempo, reflexiones profundas y grandes dosis de imaginación que
exigen amplitud, diálogo y debate, triunfos y derrotas, pero que
deben comenzar ya con algunas orientaciones oportunas.
El
resurgimiento de la izquierda en nuestros días, tan necesario, no
podrá producirse sin el rearme ideológico y estratégico. Hay que
aprender de los errores cometidos. Hay que adaptar la estrategia al
espacio y al tiempo, al país y al momento histórico. Pero hay
ciertas líneas generales que pueden aplicarse globalmente. La
izquierda debe diferenciarse de la derecha no sólo en sus objetivos
sino también en sus métodos para alcanzarlos.
Nunca
debemos olvidar que para cambiar el sistema no bastan las buenas
intenciones ni tener la razón de nuestra parte. Las ideas son
necesarias pero no son suficientes. Hay que luchar contra las
minorías dominantes que controlan la sociedad, minorías que harán
todo lo posible por evitar los cambios o desvirtuarlos. Aquellos que
controlan especialmente la maquinaría ideológica, desde dónde se
producen y reproducen las ideas que siembran como verdades
inobjetables y que los pueblos generalmente aceptan sin resistencia.
La clave entonces es la batalla ideológica. Donde sea y como sea, un
verdadero militante de izquierda debe ser un luchador de ideas
incansable, aun cuando esté en aparente desventaja. Un rebelde por
convicción.
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