La
desvalorización del mundo humano crece
en
razón directa de la valorización del mundo de las cosas.
Carlos
Marx
(Manuscritos
económicos y filosóficos 1844)
Oscar
A. Fernández O.
La
Universidad de El Salvador deber volver a ser la más importante
fuente de formación ética de la sociedad y como organismo público
autónomo, compensar su misión batallando por la igualdad de todos
ante la cultura.
Y
es que los universitarios estamos obligados a creer en la fuerza de
las palabras, de las ideas y de los conceptos por encima de la fuerza
irracional de las armas y los dogmas; creer en la fuerza creadora del
significado por encima de las desmesuras del poder; creer en la
fuerza de la reflexión humanista por encima de cualquier fanatismo
político, religioso o moral; creer en el análisis y la comprobación
por encima de la aceptación obediente de consignas. Somos
enteramente críticos frente a los hechos, por más obvios que
parezcan.
Debemos
creer y luchar, en suma, por una Universidad comprometida con el
desarrollo del pueblo, que albergue el pensamiento crítico
emancipador y democrático, y lo ofrezca generosamente a la
comunidad.
Esta
es nuestra tarea: pensar, ayudar a pensar, educar en la razón y en
la libertad, imbuir el espíritu de honradez intelectual, crear y
recrear expresiones de cultura, formar personas éticamente
responsables y lograr que la educación sea el medio por excelencia
para la edificación de una sociedad democrática y humanista.
No
son pocos ni menores los problemas que gravitan sobre la enseñanza
pública y sobre la UES. Junto a las dificultades propias de una
globalidad económica y cultural que avasalla los espacios locales y
nacionales, también afrontamos incomprensión, recelo, suspicacia y
temor.
Para
dar respuesta, es preciso formar una comunidad universitaria sólida
y solidaria; es preciso fortalecer la presencia de esta comunidad
académica en la sociedad, en las instituciones públicas y privadas,
pero particularmente es de primer orden que la docencia, la extensión
y la investigación correspondan con el desarrollo social necesario
para el país. La Universidad debe salir en defensa de los cambios
profundos que necesita El Salvador, en pro de la justicia, la
libertad y la igualdad.
La
defensa de la Universidad Nacional, no ha de ser una argumentación
aislada, una reiteración de frases hechas, sino un sistema bien
ordenado de razones y argumentos basados en la seriedad académica,
en el pensamiento político de avanzada, en la calidad de alumnos,
maestros e investigadores, y en los valores que tiene una educación
emancipadora.
Sobre
todo en épocas de crisis e incertidumbre, no hay mejor inversión
que la destinada a la educación. Por tanto, la defensa responsable
de la Universidad es la defensa de la civilización y la cultura, la
defensa de la democracia popular y sus valores, particularmente el
diálogo, la tolerancia, la igualdad y la participación.
Nuestra
propuesta general es que consolidemos la presencia de la comunidad
universitaria en el desarrollo cultural y social del Estado
salvadoreño que en esencia debe ser el pueblo organizado; que la
fortalezcamos mediante la generación de conocimientos, prácticas y
valores que hagan de la cultura un bien público.
Necesitamos
reiterar el proyecto de una Universidad socialmente pertinente,
financieramente viable y públicamente responsable. Para ello debemos
desarraigar mitos, uno de ellos, la inadecuada comprensión del
principio de autonomía. Este debe ser asumido no como
extraterritorialidad, sino como el derecho de autogobierno al
servicio del país, con la conciencia añadida de que no hay derecho
sin responsabilidad, esto es, no hay autonomía razonable sin
rendición de cuentas obligada. Y esa no es únicamente una rendición
de cuentas financiera o funcional, sino también moral y cívica: la
autonomía de la Universidad, que hay que defender, debe protegerla
también de la colonización de los claustros por ideologías ciegas
e intolerantes y por intereses políticos minúsculos que,
paradójicamente, terminan alejando a la Universidad de su
preocupación por la cosa pública y divorciándola del pueblo.
Tenemos,
en primer lugar, un compromiso con la educación científica.
Comprender los fines, definir los medios y manejar adecuadamente los
recursos, son los conceptos que delimitan nuestra responsabilidad y
fortalecen la verdadera autonomía universitaria. Tenemos, desde
luego, un compromiso con la gestión de recursos para que la
Universidad cumpla dignamente con sus fines y garantice la
satisfacción de sus obligaciones laborales.
En
este sentido, es preciso responder con una administración ordenada y
transparente; es preciso revisar la estructura administrativa y las
funciones, adecuar los espacios, erradicar inercias, deshacer
burocratismos y desmantelar prácticas arbitrarias; es preciso
renovar el espíritu de comunidad, mover las voluntades dispersas y
articularlas en torno de grandes objetivos, despertar el gusto por la
lectura, la seriedad de la investigación, el hábito del diálogo y
el debate; promover la acción política y motivar la generosidad del
conocimiento, haciendo de la Universidad una Institución abierta al
tiempo y al mundo.
El
liderazgo de la autoridad universitaria deberá propiciar el
entusiasmo por la enseñanza y el aprendizaje, por la investigación
compartida, por la extensión del conocimiento, por la difusión de
la pluralidad cultural, por el humanismo, el pensamiento crítico y
la solidaridad, para ayudar a construir una sociedad consolidada en
los valores de la convivencia pacífica, la igualdad y la justicia.
Superar
el lamentable estado en que se encuentra nuestra Alma Mater, exige
reconocer que en este momento no tenemos un modelo de universidad que
haya sido el resultado de un cuidadoso diálogo entre Estado y
sociedad. Existen los residuos dejados por la decadencia de un modelo
anterior y, de otra parte, los nuevos aditamentos de un
pseudo-modelo nuevo, resultante de una visión oportunista o, en el
mejor de los casos, irreflexiva y cegada por el fetichismo
empresarial. Debemos, pues, reconocer la necesidad de plantear un
modelo distinto que rompa con ciertos mitos paralizantes para
así revitalizar a la UES.
Nuestra
convocatoria es que iniciemos una reflexión sobre la Universidad
Nacional para una nueva sociedad democrática; una reflexión sobre
la presencia que ella debe tener en un mundo abierto, complejo e
incierto; una reflexión sobre el potencial que tiene la ciencia, el
arte y la educación en la construcción de una sociedad menos
injusta.
Tenemos
un compromiso con las reformas políticas y sociales del Estado, en
especial con aquellas que refuercen la distribución equitativa de
recursos y un nuevo marco de relaciones entre la sociedad y las
instituciones públicas. Tenemos un compromiso en materia de
planeación, vigilancia y evaluación del desarrollo integral del
Estado. Es mucho lo que la Universidad puede aportar en la
determinación de prioridades y en los modos de atenderlas.
Hagámoslo!
El
desafío humanista de la Universidad es el liderazgo de la
inteligencia de una sociedad en movimiento y transformación
permanente.
Pero
entendamos que ninguna propuesta puede ser válida, sin tomar en
cuenta nuestra historia y nuestras mejores tradiciones. En ese marco
se inscriben estas líneas, que apenas garabatean la posibilidad de
otro futuro para la UES, el cual debe repensarse y rehacerse en un
tiempo histórico caracterizado no tanto como época de cambio sino,
más bien, como cambio de época.
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