miércoles, 4 de septiembre de 2013

VIOLENCIA SOCIAL: UN EXAMEN DESDE LA IZQUIERDA


Violencia es un fenómeno acerca del cual tenemos intensas vivencias; es parte de nuestra experiencia cotidiana. En ocasiones, en forma invisible, su presencia acompaña nuestras interacciones diarias. Podría decirse que la violencia circula en nuestro entorno. Nuestra sociedad está atravesada por la violencia, como toda sociedad de clases. Se establecen relaciones de poder entre dominadores y dominados, donde aparece la opresión, el autoritarismo y la discriminación.

Las temáticas conexas de la violencia, del crimen organizado, de las pandillas de los grupos delincuentes y de la inseguridad son centrales para entender las dinámicas de las sociedades latinoamericanas. Latinoamérica es una de las regiones más desigual y violenta del mundo. La tasa de muertes violentas y la tasa de homicidios cometidos por arma de fuego, siguen siendo unas de las más altas del mundo. De manera diaria, la violencia, que sea política o de carácter contestatario, pone en tela de juicio a la institucionalidad pública y debilita sumamente al Estado. En ciertos países, como El Salvador, Guatemala, México, Honduras, Brasil y Colombia, la violencia es el factor principal de deslegitimación de las instituciones.

Violencia estructural, por ejemplo, consiste en agredir a una agrupación colectiva desde la misma estructura política o económica. Así, se consideran casos de violencia estructural aquellos en los que el sistema causa hambre, miseria, enfermedad o incluso muerte a la población. Serían, en definitiva, aquellos sistemas que no aportan las necesidades básicas a su población por la misma formación. Si nos remitimos a la definición de violencia como la aplicación de métodos fuera de lo natural a personas o cosas para vencer su resistencia, llevaría a hablar de abuso de autoridad en el que alguien cree tener poder por sobre otro. Generalmente se da en las relaciones asimétricas, el hombre por sobre la mujer o el padre por sobre el hijo, para ejercer el control.

La idea de violencia estructural se gestó poco a poco, ante la necesidad de explicar las interacciones de las prácticas violentas en los diversos ámbitos sociales. Tal vez se pueda encontrar un significativo precedente en las explicaciones que los teóricos marxistas daban a la explotación y la marginación de los trabajadores, aunque al dar demasiada importancia a las condiciones económicas dejaron de lado otras explicaciones. Otro precedente más cercano está en los años sesenta cuando Martin Luther King, (filosofía de la no-violencia) líder de los negros norteamericanos en su lucha contra el racismo, contribuyó a entrever causas más profundas de la marginación en algunos de sus escritos y alocuciones (Bautista: 2004)

La violencia, como muchos de los sistemas humanos, ha alcanzado dentro de la globalización un grado de complejidad, donde las relaciones que se establecen entre unas y otras formas de la misma son, en parte, determinantes en sí mismas y por tanto, dando otra vuelta de tuerca, las verdaderas razones no son las aparentes sino otras profundas que se sustentan y retroalimentan entre sí.

En este contexto de violencia y de inseguridad crónica, en muchos países de la región, la temática de la seguridad se ha vuelto la prioridad principal entre las demandas sociales de la gente. En tiempo de elecciones, los candidatos evocan en prioridad a las temáticas de seguridad y de convivencia ciudadana en sus programas políticos, para poder corresponder con las exigencias de la gente. Así, las políticas de varios gobiernos latinoamericanos buscaron últimamente implementar políticas de seguridad que no solo administren el problema, sino lo resuelvan.

Por medio de esas políticas, durante la última década, los Estados han tratado de bajar los niveles muy altos de violencia y de inseguridad. Entre esas políticas, podemos distinguir las políticas de “seguridad de Estado” y las políticas de “seguridad pública”. Las políticas de “seguridad del Estado” ponen la responsabilidad de la seguridad en la acción conjunta del Estado, del Ejército y de la policía en general. En cambio, las políticas de “seguridad pública” combinan esos mecanismos tradicionales con mecanismos políticos alternativos como son las campañas pedagógicas y el fomento de la cultura de participación ciudadana para realizar los objetivos de seguridad y de convivencia pacífica. Las políticas de seguridad para los ciudadanos tienen como principio fundacional, que la seguridad es responsabilidad de una pluralidad de actores y no sólo de las instituciones del Estado.

Lastimosamente, en la realidad actual, esas políticas de seguridad para la ciudadanía no se diferencian mucho de las políticas tradicionales de seguridad del Estado y tienden a usar métodos eminentemente represivos. La creciente implementación de políticas de “seguridad ciudadanaen América latina no ha contribuido a bajar el número de crímenes, de delitos y de hurtos. Por su acción constante de fragmentación de las sociedades locales y de exclusión de los “malos ciudadanos”, esas políticas de “seguridad” han contribuido más bien a la anomia social y al monopolio de la violencia, dos aspectos nodales para el mal funcionamiento de la democracia.

Los aspectos relacionados con los ajustes estructurales así como las respuestas sociales urbanas que emergen en América Latina son elementos claves que intervienen en el análisis de la violencia.

Si bien es cierto que el “equilibrio social inestable” se refiere a la frágil estabilidad bajo la cual los poderes negocian los compromisos políticos con los diversos intereses para mantener el control social, la creciente violencia urbana e inseguridad sugieren un “nuevo desequilibrio social” y pérdida de control a través de América Latina. En las metrópolis de la región, el desorden y la violencia son parte del cotidiano.

En algunos países la situación ha generado un círculo vicioso en el que los ajustes estructurales de orden neo-liberal han generado más desigualdad, exclusión, pobreza y alienación que conlleva al crecimiento de la violencia criminal y radical, que a su vez genera un estado de violencia y coerción, reactivando aun más la resistencia violenta desde abajo.

Como los Estados Nacionales se encuentran cada vez menos capacitados para negociar social y políticamente con los sectores movilizados de la sociedad, han tenido que imponer medidas crecientes de violencia y de control social. Los Estados en cada país, representan un segmento particular de la geografía global, caracterizada por una estructura social y una forma cultural particular, alianzas políticas así como por negociaciones sociales e intervención de mercado (Poulantzas: 1978)

El recurso de los Estados al uso de la violencia como vía de mantener el orden o simplemente justificar su propia legitimidad, lo indica la presencia creciente del ejército en las calles de las ciudades Latinoamericanas. La aplicación de la fuerza por parte del Estado es inherente a la aplicación de las políticas de austeridad, y su extensión a través de la región sugiere que constituye la condición necesaria para la incorporación de las naciones a la economía neoliberal del mercado global.

De lo que estamos seguros, es que no se puede entender el problema de la violencia social, sin entender la sociedad como la organización y reproducción sistemática de determinadas relaciones de poder, y como la articulación de un conjunto de medios para la preservación de éste. La política organiza el poder, le otorga forma estatal y viabiliza un proyecto socio-económico de clase. En este marco, la violencia es parte activa de la estructura social, no es sólo un instrumento, sino sobre todo una expresión de conflicto. La violencia es inherente a una estructura social injusta, a un orden social basado en la explotación del trabajo, en la exclusión y marginación económica, social y cultural de vastos sectores de la sociedad. Cómo llegar al centro de esto es el verdadero reto.

El escenario más desastroso lo constituiría un futuro que reproduzca indefinidamente las condiciones actuales – con un nivel de inseguridad no solo para aquellos ya excluidos estructuralmente sino también para aquellos sectores medios, profesionales y técnicos que son los nuevos excluidos, forzando a los Estados a militarizar sus sociedades como única vía para mantener el orden y continuar con la aplicación de las políticas de ajuste estructural.

Oscar A. Fernández O.



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