EL
DISCRETO ENCANTO DE LA BURGUESIA
Oscar
A. Fernández O.
"Nada
mejor para enmascarar la ausencia de
pensamiento
que la profusión de palabras".
Es
alarmante cómo el pensamiento neoliberal se cuela con suma facilidad
en el medio de las fuerzas de izquierda a escala internacional. No
queremos ir tan lejos en la ilustración de este fenómeno
pernicioso. Nos centraremos, pues, en un concepto que, hasta la
fecha, se ha asumido con mucho encanto y hasta, aparentemente, con
mucha convicción, aún de parte de determinadas fuerzas que luchan
por hacer de este mundo un hogar del que toda la humanidad y todas
las personas que la conforman, sin excepción, puedan disfrutar, en
plena armonía con la naturaleza. Hablamos de la competitividad y sus
derivados, como el emprendedurismo (que no se encuentra en los
diccionarios académicos de nuestra lengua), nuevo concepto acuñado
por el lenguaje del pensamiento autoritario. Hablamos del profesional
competitivo, el empresario competitivo, el académico competitivo y,
peor aún, el educador competitivo. El colmo es que han tenido una
vida revolucionaria, deseosos de pertenecer a este campo.
Y
pese a la invasión ideológica que el capitalismo nos impone, usando
incluso a los nuestros para promover sus conceptos y adoptar sus
nefastas prácticas, no pocos de los que sirven de vectores para
ello, siguiendo al enemigo de clase de la humanidad oprimida,
intervenida, engañada y saqueada, hablan de neutralidad,
apoliticidad, desideologización; en aras, sostienen, de privilegiar
la ciencia, la tecnología y la técnica. No siempre, claro está,
esto se expresa de forma tan explícita; por lo regular, es más bien
el corolario inevitable de la forma reduccionista con que conciben a
los seres humanos, profesionales, el académicos, gente que vive del
mercado y el conocimiento científico, al desvincularlos de las
profundas contradicciones en que, casi por doquier, se desenvuelve la
sociedad humana.
El
neoliberalismo a todo le imprime un sentido utilitarista, pragmático
y competitivo; hace pasar a la competencia de medio a fin en sí
mismo. Por ello, lo que no se ajuste a estos parámetros de
“calidad”, es desechado, excluido y marginado, se trate de
procesos, cosas o personas. Pero a partir de esta visión de la
realidad -que adoptan en mayor o menor medida no pocos educadores y
hasta elementos de izquierda-, por más que se pregone lo contrario,
la ética, la justicia y la igualdad, se vuelven asuntos meramente
formales, sin mayor trascendencia, aunque todo esto aparezca en un
sinnúmero de planes y formatos de diversa índole. Quiere que todo
el mundo sea comerciante “emprendedor” y así habrá menos
resistencia en los pueblos, a la consolidación de su nefasto modelo
económico.
Preguntémonos
entonces: ¿Se pueden ciertamente, comprender estos conceptos de un
modo distinto de lo que entienden por tal y practican empresarios,
transnacionales, el imperio -que defiende sus intereses contra todo
lo que los amenace en mayor o menor grado- y sus adeptos abiertos o
solapados?
¿No
es acaso la prédica más efectiva del individualismo, como valor
entre valores de la civilización occidental capitalista, lo que se
esconde detrás del concepto competitividad, empresa y mercado?
¿Pueden
los hombres, naciones, regiones y continentes, en una palabra, la
humanidad en su conjunto, adoptar estos valores que, alimentando el
individualismo a ultranza, sólo genera y puede generar división,
discordia y antagonismo entre los mismos?
¿Se
pueden cifrar esperanzas en que la competitividad y la privatización
del individuo, conduzca a las naciones a integrarse solidaria y
complementariamente como estrategia de principio para alcanzar un
desarrollo armónico y proporcional entre las mismas? ¿Se puede
esperar acaso que la copia de conceptos del capitalismo permita
alcanzar el desarrollo integral de las naciones, o que sea una buena
estrategia para avanzar obteniendo la gracia de los capitalistas? ¿Es
que el capitalismo ha logrado o puede lograr un desarrollo integral
que beneficie a toda la humanidad? ¿No ha dado muestras fehacientes
de todo lo contrario?
¿Se
puede soñar con una definición de competitividad sustancialmente
distinta de la que, desde siempre, trasnacionales, mercados globales,
empresas y empresarios lanzan al ruedo y ponen en práctica?
De
poderse, se puede. Pero con ello no se llega a parte alguna, porque
la comprensión aplastantemente dominante del concepto en cuestión
no es la que ingenuamente se tenga o se pueda tener desde la
izquierda, la profesión o la academia progresistas, sino la que ha
impuesto la esclavitud asalariada.
Y
aunque el gusto por la competencia, como arguyen los amantes de la
competitividad (a la que estiman un arte), sea parte de la naturaleza
del hombre, éste no debe rendirle pleitesía a sus inclinaciones
egoístas debiendo, por el contrario, luchar contra ellas. Con todo,
los que admiran el capitalismo, confiesan que la falta de confianza
entre las personas es un daño colateral (collateral
damage) de
la competencia. Admiten, además, algo importante, a saber, que las
empresas son los ambientes donde mejor se manifiesta ese gusto, para
nosotros nefasto. Y señalan que: “En la práctica las empresas
valorizan el trabajo en equipo, pero acaban privilegiando la
performance individual a la hora de dar un aumento o ascender a
alguien. Eso acaba comprometiendo no solo el relacionamiento del
equipo, pero también confundiendo amistades que puedan haber surgido
en el trabajo.” O sea, que las propias tesis manejadas por los
“gurúes” del capitalismo, en la realidad se desmoronan y solo
buscan sostener una mentira universal que pueda soportar las
derruidas bases del sistema. Esto no debe pasar desapercibido.
Nosotros,
lejos de ver en la falta de confianza entre las personas como algo
accidental, somos de la convicción de que ello constituye un rasgo
distintivo e inevitable de la competencia y, con mucha mayor razón,
de la competitividad.
Al
respecto de la necesidad de hacerle frente a estas incitaciones,
Fidel Castro escribe: "Leer es una coraza contra todo tipo de
manipulación. Moviliza las conciencias, nuestro principal
instrumento de lucha frente al poder devastador de las armas modernas
que posee el imperio; desarrolla la mente y fortalece la inteligencia
[…]; estimula el sentido crítico y es un antídoto contra los
instintos egoístas del ser humano.”
Y
en otra de sus reflexiones, el líder de la revolución cubana,
señala: “Pareciera que la naturaleza determinó la evolución de
los seres humanos para ser capaces, desde muy temprana edad, de hacer
que la conciencia prevalezca sobre los instintos...”.
En
definitiva, los pueblos de Nuestra América, los países del ALBA,
los profesionales y universidades comprometidas con sus pueblos y el
conjunto de fuerzas que bregan porque nuestra región alcance su
segunda y definitiva independencia, debemos librar batallas decisivas
en todos los terrenos, incluyendo el plano de las ideas que adquiere
una gran relevancia para contrarrestar la influencia ideológica que
el neoliberalismo ejerce sobre muchas personas. Más, no podemos
emanciparnos de ningún modo si caemos en el perverso entramado
conceptual del imperio, sus transnacionales y sus mercados
globalizados.
A
los conceptos del neoliberalismo debemos entonces oponerle los
nuestros, aquellos que estén en concordancia plena con las
aspiraciones, deseos e intereses de nuestros pueblos. Pero el reto
señalado, no es sólo una incumbencia de nuestra región, lo es
también en igual grado de todos los pueblos, del Norte o del Sur,
que aspiren a librar a la humanidad de la peor de las pandemias que
jamás haya existido sobre el planeta: la del capitalismo depredador,
que hace de las sociedades una selva más brutal y descarnada que en
la que habitan los animales, porque logra sacar del ser humano aquel
instinto perverso de progresar pasándole encima a los demás. La
empresa vista desde el capitalismo es un instrumento inmoral para
logar el fin el último: la acumulación del capital y por lo tanto
del poder.
Es
peligroso que caigamos en la trampa de estar produciendo
“empresarios” a granel, lo cual promoverá más dispersión
política entre el pueblo, mayor aislamiento individualista, y así
perdamos la oportunidad de rescatar la fuerza de la revolución: el
pueblo. ¿Por qué no hablamos nuestro propio lenguaje alternativo al
capitalismo? ¿Por qué no hablamos de financiar la economía
colectiva, las comunidades, las cooperativas…etc.? Hay otras formas
de producción que fomentan la solidaridad y no el individualismo,
que es el modelo del homo capitalista.
Nuestro
modelo ha sido definido hace ratos, el ser humano emancipado,
solidario, colectivo, democrático, con conciencia política, y
debemos defender que el mercado no es propiedad de los capitalistas,
como nos quieren hacer creer; el mercado nace con las primeras
civilizaciones, pero hemos de recuperar algunas de sus
características originales para crear nuestro propio estándar de
comercio justo, complementario, humano y solidario.
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