miércoles, 18 de septiembre de 2013


EL DISCRETO ENCANTO DE LA BURGUESIA

Oscar A. Fernández O.
"Nada mejor para enmascarar la ausencia de
pensamiento que la profusión de palabras".

Es alarmante cómo el pensamiento neoliberal se cuela con suma facilidad en el medio de las fuerzas de izquierda a escala internacional. No queremos ir tan lejos en la ilustración de este fenómeno pernicioso. Nos centraremos, pues, en un concepto que, hasta la fecha, se ha asumido con mucho encanto y hasta, aparentemente, con mucha convicción, aún de parte de determinadas fuerzas que luchan por hacer de este mundo un hogar del que toda la humanidad y todas las personas que la conforman, sin excepción, puedan disfrutar, en plena armonía con la naturaleza. Hablamos de la competitividad y sus derivados, como el emprendedurismo (que no se encuentra en los diccionarios académicos de nuestra lengua), nuevo concepto acuñado por el lenguaje del pensamiento autoritario. Hablamos del profesional competitivo, el empresario competitivo, el académico competitivo y, peor aún, el educador competitivo. El colmo es que han tenido una vida revolucionaria, deseosos de pertenecer a este campo.
Y pese a la invasión ideológica que el capitalismo nos impone, usando incluso a los nuestros para promover sus conceptos y adoptar sus nefastas prácticas, no pocos de los que sirven de vectores para ello, siguiendo al enemigo de clase de la humanidad oprimida, intervenida, engañada y saqueada, hablan de neutralidad, apoliticidad, desideologización; en aras, sostienen, de privilegiar la ciencia, la tecnología y la técnica. No siempre, claro está, esto se expresa de forma tan explícita; por lo regular, es más bien el corolario inevitable de la forma reduccionista con que conciben a los seres humanos, profesionales, el académicos, gente que vive del mercado y el conocimiento científico, al desvincularlos de las profundas contradicciones en que, casi por doquier, se desenvuelve la sociedad humana.
El neoliberalismo a todo le imprime un sentido utilitarista, pragmático y competitivo; hace pasar a la competencia de medio a fin en sí mismo. Por ello, lo que no se ajuste a estos parámetros de “calidad”, es desechado, excluido y marginado, se trate de procesos, cosas o personas. Pero a partir de esta visión de la realidad -que adoptan en mayor o menor medida no pocos educadores y hasta elementos de izquierda-, por más que se pregone lo contrario, la ética, la justicia y la igualdad, se vuelven asuntos meramente formales, sin mayor trascendencia, aunque todo esto aparezca en un sinnúmero de planes y formatos de diversa índole. Quiere que todo el mundo sea comerciante “emprendedor” y así habrá menos resistencia en los pueblos, a la consolidación de su nefasto modelo económico.
Preguntémonos entonces: ¿Se pueden ciertamente, comprender estos conceptos de un modo distinto de lo que entienden por tal y practican empresarios, transnacionales, el imperio -que defiende sus intereses contra todo lo que los amenace en mayor o menor grado- y sus adeptos abiertos o solapados?
¿No es acaso la prédica más efectiva del individualismo, como valor entre valores de la civilización occidental capitalista, lo que se esconde detrás del concepto competitividad, empresa y mercado?
¿Pueden los hombres, naciones, regiones y continentes, en una palabra, la humanidad en su conjunto, adoptar estos valores que, alimentando el individualismo a ultranza, sólo genera y puede generar división, discordia y antagonismo entre los mismos?
¿Se pueden cifrar esperanzas en que la competitividad y la privatización del individuo, conduzca a las naciones a integrarse solidaria y complementariamente como estrategia de principio para alcanzar un desarrollo armónico y proporcional entre las mismas? ¿Se puede esperar acaso que la copia de conceptos del capitalismo permita alcanzar el desarrollo integral de las naciones, o que sea una buena estrategia para avanzar obteniendo la gracia de los capitalistas? ¿Es que el capitalismo ha logrado o puede lograr un desarrollo integral que beneficie a toda la humanidad? ¿No ha dado muestras fehacientes de todo lo contrario?
¿Se puede soñar con una definición de competitividad sustancialmente distinta de la que, desde siempre, trasnacionales, mercados globales, empresas y empresarios lanzan al ruedo y ponen en práctica?
De poderse, se puede. Pero con ello no se llega a parte alguna, porque la comprensión aplastantemente dominante del concepto en cuestión no es la que ingenuamente se tenga o se pueda tener desde la izquierda, la profesión o la academia progresistas, sino la que ha impuesto la esclavitud asalariada.
Y aunque el gusto por la competencia, como arguyen los amantes de la competitividad (a la que estiman un arte), sea parte de la naturaleza del hombre, éste no debe rendirle pleitesía a sus inclinaciones egoístas debiendo, por el contrario, luchar contra ellas. Con todo, los que admiran el capitalismo, confiesan que la falta de confianza entre las personas es un daño colateral (collateral damage) de la competencia. Admiten, además, algo importante, a saber, que las empresas son los ambientes donde mejor se manifiesta ese gusto, para nosotros nefasto. Y señalan que: “En la práctica las empresas valorizan el trabajo en equipo, pero acaban privilegiando la performance individual a la hora de dar un aumento o ascender a alguien. Eso acaba comprometiendo no solo el relacionamiento del equipo, pero también confundiendo amistades que puedan haber surgido en el trabajo.” O sea, que las propias tesis manejadas por los “gurúes” del capitalismo, en la realidad se desmoronan y solo buscan sostener una mentira universal que pueda soportar las derruidas bases del sistema. Esto no debe pasar desapercibido.
Nosotros, lejos de ver en la falta de confianza entre las personas como algo accidental, somos de la convicción de que ello constituye un rasgo distintivo e inevitable de la competencia y, con mucha mayor razón, de la competitividad.
Al respecto de la necesidad de hacerle frente a estas incitaciones, Fidel Castro escribe: "Leer es una coraza contra todo tipo de manipulación. Moviliza las conciencias, nuestro principal instrumento de lucha frente al poder devastador de las armas modernas que posee el imperio; desarrolla la mente y fortalece la inteligencia […]; estimula el sentido crítico y es un antídoto contra los instintos egoístas del ser humano.”
Y en otra de sus reflexiones, el líder de la revolución cubana, señala: “Pareciera que la naturaleza determinó la evolución de los seres humanos para ser capaces, desde muy temprana edad, de hacer que la conciencia prevalezca sobre los instintos...”.
En definitiva, los pueblos de Nuestra América, los países del ALBA, los profesionales y universidades comprometidas con sus pueblos y el conjunto de fuerzas que bregan porque nuestra región alcance su segunda y definitiva independencia, debemos librar batallas decisivas en todos los terrenos, incluyendo el plano de las ideas que adquiere una gran relevancia para contrarrestar la influencia ideológica que el neoliberalismo ejerce sobre muchas personas. Más, no podemos emanciparnos de ningún modo si caemos en el perverso entramado conceptual del imperio, sus transnacionales y sus mercados globalizados.
A los conceptos del neoliberalismo debemos entonces oponerle los nuestros, aquellos que estén en concordancia plena con las aspiraciones, deseos e intereses de nuestros pueblos. Pero el reto señalado, no es sólo una incumbencia de nuestra región, lo es también en igual grado de todos los pueblos, del Norte o del Sur, que aspiren a librar a la humanidad de la peor de las pandemias que jamás haya existido sobre el planeta: la del capitalismo depredador, que hace de las sociedades una selva más brutal y descarnada que en la que habitan los animales, porque logra sacar del ser humano aquel instinto perverso de progresar pasándole encima a los demás. La empresa vista desde el capitalismo es un instrumento inmoral para logar el fin el último: la acumulación del capital y por lo tanto del poder.
Es peligroso que caigamos en la trampa de estar produciendo “empresarios” a granel, lo cual promoverá más dispersión política entre el pueblo, mayor aislamiento individualista, y así perdamos la oportunidad de rescatar la fuerza de la revolución: el pueblo. ¿Por qué no hablamos nuestro propio lenguaje alternativo al capitalismo? ¿Por qué no hablamos de financiar la economía colectiva, las comunidades, las cooperativas…etc.? Hay otras formas de producción que fomentan la solidaridad y no el individualismo, que es el modelo del homo capitalista.
Nuestro modelo ha sido definido hace ratos, el ser humano emancipado, solidario, colectivo, democrático, con conciencia política, y debemos defender que el mercado no es propiedad de los capitalistas, como nos quieren hacer creer; el mercado nace con las primeras civilizaciones, pero hemos de recuperar algunas de sus características originales para crear nuestro propio estándar de comercio justo, complementario, humano y solidario.


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