Desde
finales de los años setenta se empezó a construir en el mundo
occidental una nueva práctica social, económica y política que iba
a cambiar la faz del planeta. Como adelanto de esa gran
transformación, se fabricó un nuevo sentido común, creado en
centros de pensamiento neoliberales, a los que se les encargó la
tarea de deslegitimar los discursos colectivos, de alentar el
individualismo y de cuantificar y argumentar el agotamiento del
Estado de bienestar y de las propuestas transformadoras. En síntesis
de demoler la historia. Si en los años 30 del siglo pasado se había
empezado a entender la necesidad de crear mecanismos reguladores del
capitalismo que evitaran el camino a las guerras mundiales, el
impulso neoliberal desencadenado con las crisis del petróleo de 1973
y 1979, operó en la dirección opuesta. Fueron los años de la
cruzada neoliberal y anticomunista, dirigida por Thatcher, Reagan y
Bush, Kohl y el Vaticano, que terminarían por llevarse por delante
al llamado socialismo real, que terminó claudicando.
La
gobernabilidad, concepto surgido con la imposición del
neoliberalismo, es entendida como visión de política estable,
endosada totalmente al crecimiento económico, nos alerta acerca de
los planteamientos conservadores e institucionalistas, que predominan
en los enfoques politológicos del siglo XXI.
La
gobernabilidad,
se refiere a dos acepciones principales: la primera, surgida de los
informes de Banco Mundial, la define como un estilo de gobierno
caracterizado por un mayor grado de cooperación e interacción entre
el Estado y actores privados en el interior de redes de decisiones
aparentemente mixtas, públicas y privadas. La segunda se define como
un conjunto de modalidades de coordinación de las acciones
individuales, entendidas como fuentes primarias de construcción del
orden social; es factible que sea derivada del campo de la economía
de costos y transacciones. Por extensión, gobernabilidad es definida
como
mantenimiento del statu quo (fortalecimiento del mercado) En
lo posible que sea favorable al libre juego del comercio y la
inversión.
Para
Painter (1998), el mercado es más que un instrumento, un conjunto de
“relaciones sociales que involucra implicaciones en cuanto al
poder, presuposiciones éticas o consecuencia que pueden infectar las
políticas y procesos gubernamentales como un todo”.
El
famoso decálogo del Consenso de Washington es un eufemismo para
suavizar semánticamente el modelo neoliberal global que fue ideado
por John Williamson, asesor económico del Banco Mundial e impuesto
en 1991 por la Casa Blanca bajo el padrinazgo de la Reserva Federal,
la Secretaría del Tesoro, el FMI y el Banco Mundial, para paliar la
década perdida de Latinoamérica y ocupar el vacío ideológico que
dejó el derrumbe de la URSS, como el evangelio
del "fundamentalismo de mercado"
que constituye la principal exportación ideológica de Estados
Unidos: la teoría de cómo el mundo debe ser manejado, bajo su
supervisión. (Vargas H.: 2004)
Entre
el enfoque neo institucionalista y el de regulación democrática,
emerge el concepto de gobernabilidad como una relación existente
entre los procesos de libre mercado y los procesos de la democracia.
Saldomando (2002) sintetiza la tendencia teórico metodológico que
tiene la gobernabilidad a partir de que esta corriente, impone como
agenda los derechos del mercado y las políticas de desregulación,
en un patrón de normatividad transnacional. Las teorías de la
“sustentabilidad del desarrollo”,
dieron lugar este modelo librecambista que impuso al mercado como
factor esencial, para regular las relaciones entre la producción y
el ecosistema, mediante la consolidación de instrumentos económicos
que aniquilaron las políticas públicas de control estatal. Los
resultados ambientales como podemos advertir, no sólo no han
resultado como se previó, sino que los daños causados son
irreversibles y desastrosos para la humanidad.
“Gobernabilidad”
es sinónimo de despolitizar la sociedad y subordinar sus relaciones
a las leyes del mercado. Este panorama
enfrenta a los gobiernos, a una supuesta era de la prosperidad
económica intensa y de prolongada duración, pasando a ser esencial
la estabilidad y la capacidad para mantener el orden (Alcántara:
2002)
La
gobernabilidad es
la utopía (neo) liberal de la democracia impuesta en América
Latina. Se sos tiene en la limitada idea de una democracia
representativa con base en un sistema de partidos políticos que
gestiona el poder de un
Estado formalmente constitucionalista burgués. (Rodas: 2004)
Algo
anda mal cuando las calificaciones respecto del sistema político las
otorga un puñado de millonarios, que han convertido a El Salvador en
su club privado. Debemos sospechar cuando los políticos actúan
siguiendo estímulos o favores emocionales de parte de los intereses
corporativos. Cuando son estos últimos los que deciden que tan
gobernable es un país o cuan aptos son los políticos para ejercer
el gobierno, ya sabemos lo que ocurre… la vieja historia del
Fascismo,
Es
necesario hacer un reparo en el concepto de gobernabilidad, así como
se señala la paradoja de las democracias neoliberales en
Latinoamérica, que tras consolidar sus democracias representativas,
que legitimaron los indicadores macroeconómicos ante el Banco
Mundial, han tenido que dar pie a gobernabilidades confusas y
procedimentales, que están enmarcadas por contextos de pobreza
creciente, desigualdad, y polarización social y cultural, donde los
regímenes nacionales de acumulación vigentes, han fomentado la
marginalidad y la exclusión de la población.
La factibilidad de esta
utopía neoliberal, cualquiera sea la forma que se la entienda, como
“mercado total” o “totalitarismo mercantil” (Hinkelammert);
como el reinado de la razón formal y la supresión de la política
(Lechner); como la máxima explotación del trabajo (Bourdieu), o de
otros modos, es un tema controvertible para los propios críticos del
neoliberalismo.
En la idea político-
(neo) liberal de cambio, éste viene asociado con el de crisis
y ambos se resumirían en el concepto de gobernabilidad como una
reflexión teórica sobre el futuro del Estado. Es decir,
a fin de cuentas, una preocupación por cómo gobernar con un mínimo
de legitimidad posible, que no ponga en riesgo los intereses
económico-políticos de las élites. La gobernabilidad, en estos
términos, llega a reducir la propia teoría política —de la que
surge— a una instrumentalización de ella por los poderes
económicos y, por tanto, a una división internacional de la teoría
democrática de acuerdo con la historia de los Estados en crisis:
en los países más desarrollados correspondería una reflexión
conceptual sobre el Estado, mientras en los menos desarrollados sería
una variable de los indicadores socioeconómicos críticos, (aunque
el Estado este sumamente debilitado)
Una suerte de
recuperación del viejo axioma de Rosa Luxemburgo (socialismo o
barbarie) se escucha bajo la forma “reinventar el Estado o
barbarie”, respuesta a la exclusión de buena parte del mundo
pobre, así como de ese cuarto mundo inserto en el próspero primer
mundo. Además de los grandes perdedores de este modelo, también se
ha desarrollado la protesta de aquellas personas que, no siendo
damnificados materiales, se niegan a aceptar un mundo de violencia,
marginación, destrucción ecológica y una hipoteca vital,
trasladada a las generaciones futuras.
Todo
esta demanda histórica de cómo realmente construir y gobernar
sociedades mejores, obliga a restaurar en el pensamiento estratégico
de la izquierda, el concepto de ruptura del Estado burgués y su
reemplazo por órganos de poder de los trabajadores y todos los
sectores subordinados dentro del capitalismo; debemos por lo tanto,
plantear el debate sobre la necesidad de redimensionar la revolución
social y el problema del Estado, en un nuevo contexto político y
cultural del mundo. Se trata de construir una estrategia de
desarrollo del Poder Popular como avance de posiciones contra la
institucionalidad del Estado capitalista-desarrollista y
antiecologógico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario