sábado, 3 de agosto de 2013

LA MITOLOGÍA POLÍTICA BURGUESA

Oscar A. Fernández O.

Los griegos de la antigüedad llenaron el Olimpo de Dioses y el aire de fantasmas y demonios. El desarrollo científico, tecnológico y social limpió el Olimpo y depuró el viento. Aparentemente desaparecieron todos los mitos, menos uno: la democracia.

Muchos países nos autodenominamos democráticos. Es común que las personas entendamos la democracia desde una perspectiva ficticia, no real. Esto es generalmente así, por que los poderes de facto y sus gigantescas maquinarias de propaganda se encargan de martillar sobre nuestras cabezas, todos los días, que democracia es lo que ellos dicen que es. Por lo tanto, nuestros pueblos viven aferrados a mitos, creyendo en situaciones que no son realidad.

Hay quienes confunden la democracia con uno de sus instrumentos o mecanismos: el voto, por el cual elegimos a quienes nos “representarán” en determinados cargos u organismos, y supuestamente serán nuestros voceros. Pero todos conocemos lo frágil de esta democracia “representativa” y los caminos torcidos que la convierten en instrumento de manipulación y de imposición de la voluntad de grupos o individuos, sobre los demás. La representación política resulta ser una burda mistificación o una enajenación de la soberanía  de los que delegan en los delegados (Rousseau: 1762)

El hecho de que la elección de las autoridades públicas, en los actuales términos no está generando un vínculo entre el elector y el elegido, sea este por planillas de partidos o por individuos de una circunscripción electoral, se debe a que después del voto dicha vinculación generalmente afectuosa más que política, se desvanece y pocas, muy pocas veces se vuelve a tener un contacto efectivo y eficiente, lo cual provoca que se siga generando una percepción de distancia del ciudadano con el hecho político.
La democracia burguesa es una forma indirecta de dominio del capital que se va entretejiendo en la medida en que el desarrollo económico, político y social, y las luchas de los movimientos obreros y de otros grupos sociales explotados y marginados, confrontan a las burguesías de las naciones capitalistas más industrializadas a disminuir la coerción y la violencia, y a recurrir a otros mecanismos de control social. Es Gramsci quien desarrolla el concepto de hegemonía en la sociedad dividida en clases para explicar la dominación basada en el consenso de los dominados.
La democracia representativa, que en la época de la Revolución Industrial y durante mucho tiempo después, pudo tener alguna justificación, empieza a dejar de tenerlo en pleno apogeo de la Revolución Tecnológica y en la Era de las Comunicaciones, donde, como si se tratase de una cuestión biológica e incluso evolutiva, el ser humano tiende a desarrollar la necesidad de interactuar, no sólo con su entorno, sino también sobre muchos ámbitos que lo transcienden, siendo la política a todos los niveles, uno de ellos.

Sin embargo, no es ésta la razón de que la democracia representativa sea cada vez menos incapaz de representar. Esto podría ser a lo sumo una invitación a reinventarse, a adaptarse. Lo que realmente ha condenado a muerte a la democracia representativa, ha sido la sumisión de la política a eso que llamamos “los mercados”, es decir, al capitalismo, cuyas leyes han acabado por prevalecer por encima de cualquier otra, incluso de las Constituciones de los llamados países democráticos progresistas (J. Parra: 2012)

Uno de los conceptos centrales del “democratismo” burgués, es decir, de la doctrina que defiende la democracia reducida a simples procedimientos formales bajo un sistema de desigualdad capitalista (en la práctica una dictadura burguesa) es el de “división de poderes”. La defensa de este concepto, en su versión concreta de división del Poder en ejecutivo, legislativo y judicial es algo que se presenta siempre por sus apologistas, sin el acompañamiento del más mínimo argumento o razonamiento, como si fuera algo tan evidente que no necesita justificación explícita. Es uno de los axiomas de la ideología burguesa, del pensamiento único autoritario. Las normas jurídicas no evidencian, ni explican, en ocasiones, la correlación y el juego de fuerzas políticas, sino que las enmascaran y ocultan.

Evidentemente, la defensa de la división de poderes solo es justificable entre quienes no tienen ningún deseo de que la era del Estado como aparato burocrático-militar, al servicio de la clase dominante toque a su fin. Mito y pedantería, la división de poderes marcha por sí sola, se adapta a las realidades políticas más variadas y cuando no puede adaptarse, las fuerza.

Dice Ortega y Gasset a propósito del liberalismo: "El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado que él impera para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría. El liberalismo -conviene hoy recordar esto- es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es, por lo tanto, el más noble criterio que ha soñado el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo: más aún, con el enemigo débil. Era inverosímil que la especie humana hubiese llegado a una cosa tan bonita, tan paradójica, tan elegante, tan acrobática, tan antinatural. Por eso, no debe sorprender que prontamente parezca esa misma especie resuelta a abandonarla. Es un ejercicio demasiado difícil y complicado para que se consolide en la tierra" (Ortega y Gasset: 1937)

La democracia es un conglomerado de mitos. Es un relato que nos hemos contado a nosotros mismos, una ficción, un cuento chino que nos ayuda a tener fe en el sistema en el que vivimos, y nos hace creer que todos somos  iguales y libres. No solo nos creemos poseedores de derechos y libertades plenos, sino que además creemos en el progreso y el desarrollo, y respiramos aliviados pensando que vivimos en paz, que los gobernantes elegidos saben lo que hacen, que los medios nos cuentan la verdad.

La ciudadanía defiende este sistema como el menos malo de los sistemas, es un discurso que asume nuestra inutilidad para organizarnos mejor, que nos condena a lo que hay como si careciésemos de imaginación para inventar nuevos sistemas, como si fuese imposible cambiar las leyes y las estructuras, como si tratar de hacer realidad los mitos democráticos fuese una locura. (Herrera G.: 2013)

Las biblias de las democracias son la Declaración Universal de Derechos Humanos y las Constituciones liberales de cada país. Leerlas es como sumergirse en un cuento de hadas, lo que da pie a preguntarse por qué la mayoría de gobernantes elegidos, hacen todo lo contrario de lo que dicen estas “leyes divinas”.

Lo peligroso de vivir bajo el mito de la democracia es pensar que tanta injusticia, tanta desigualdad y tanta violencia son excepciones inevitables. Pero la masa de pobres que habita la Tierra no es cosa del destino; es una realidad política que podría cambiarse. Seguimos tranquilos, entretenidos con el consumo de bienes y productos culturales,  creyendo que la democracia capitalista es un espacio de desarrollo, diálogo y estabilidad política. (Up supra)

Sin embargo, a medida que el Estado se diluye bajo el poder de los mercados, la crisis va aumentando la riqueza de unos pocos y la pobreza de la gran mayoría. En estos tiempos de recortes, los gobiernos salvan bancos y los bancos desahucian a las personas.

La contradicción entre capital y trabajo, y entre regulación/planificación y libertad de mercado, ha sido llevada al extremo por el neoliberalismo; de ahí su crisis y su insostenibilidad. Este proceso parecería ir en consonancia con lo recientemente sostenido por  varios autores, en el sentido que el Estado soberano no es ya el sujeto del desarrollo mundial capitalista, sino que está siendo reemplazado por el mercado global en el cual las naciones tenderán a diluirse. Al decir de estos autores, se estaría produciendo una transferencia esencial de soberanía del Estado-Nación al mercado global. ¿Se resquebraja por si misma toda la teoría del Estado de Derecho burgués clásico, cuando las reglas las impone hoy el mercado o nada más se ratifica el mito de la democracia capitalista?


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