La
violencia engendra violencia, como se sabe;
pero
también engendra ganancias para la industria de la violencia,
que
la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo.
Eduardo
Galeano
Oscar
A. Fernández O.
La
sensación de angustia por el déficit de seguridad, no es una
evidencia social sencilla. Nunca ha sido puramente el reflejo de los
índices del delito, de los cuales es relativamente independiente;
aumenta cuando se produce un incremento de la criminalidad, pero una
vez situada no disminuye, aunque las tasas de delito decrezcan.
Tampoco los niveles de temor entre los sexos, las franjas de edad y
los niveles socioeconómicos son proporcionales a la probabilidad de
victimización real que enfrenta cada grupo. (Gabriel
Kesller, 2009)
La
cuestión de la violencia social
es un tema que suscita gran interés por
el carácter dramático
de su manifestación, así como por sus consecuencias; no sólo a
nivel de la sociedad en
su conjunto, sino también en el contexto de la vida cotidiana. La
nuestra se ha convertido en una "Civilización de la violencia"
y en nuestra región y específicamente en El Salvador, en un
problema endémico-estructural. Este fenómeno puede asumir el
carácter tanto de un estilo
de vida como
de una estrategia de
sobrevivencia.
Por
ello, cada vez nos convencemos más de que es inútil buscar una
respuesta categórica en la moral y la religión al problema que
plantea la violencia y que proscribirla por medio de declaraciones
políticas es absurdo e hipócrita. Una reflexión seria sobre la
violencia no puede separarse del contexto, las circunstancias y los
fines.
La
agudización del problema de la violencia social es difusa y se
entiende: 1. Dentro del estilo de vida que genera el modelo de
una sociedad de mercado neoliberal; 2. Como respuesta al
fracaso del modelo democrático-representativo, dirigido por las
oligarquías económicas, hoy transnacionalizadas; 3.
Como estrategias de sobrevivencia del yo (tanto individual
como colectivo) ante la implantación de una sociedad del tipo "orden
caníbal", fundamentada en el darwinismo social, que se expresa
en las guerras entre grupos sociales, con una lógica tribal; 4. En
el contexto de una situación de anomia de la sociedad globalmente
considerada, en dónde se aparta al Estado, regulador histórico de
las colectividades y se implanta “la ley del mercado”, que se
basa en la preeminencia de la desigualdad.
En
este sentido, como manifiesta Yves Michaud (1989) debemos advertir
que "las variaciones, las
fluctuaciones, la ubicuidad y finalmente, la ambigüedad de la
violencia constituyen positivamente su realidad"
Hasta
fines de los años ochenta, la mayoría de las corrientes teóricas
que abordaban el tema de la violencia si bien no coincidían sobre
sus causas y sus posibles consecuencias, desde cierto punto de vista,
compartían implícitamente el supuesto evolucionista y modernista de
que la violencia en las sociedades contemporáneas eran un lastre de
las relaciones tradicionales o pre modernas.
En
general se sostenía que con el aumento de la racionalización de la
vida social, para unos, o con una distribución equitativa de los
bienes materiales, para otros, la violencia tendería paulatinamente
a reducirse, desapareciendo como problema social relevante. Tan sólo
las teorías sociológicas más conservadoras postulaban que la
violencia era parte de la naturaleza humana y por tanto elemento
constitutivo de toda relación social en cualquier tipo de sociedad.
Esto condujo a que hasta inicios de esta década los temas
relacionados a la violencia no fueran considerados en la agenda de
los partidos progresistas y revolucionarios, y solo los partidos más
conservadores fueron los que mantuvieron una prédica constante para
aumentar la represión como única forma de resolución del problema.
La
situación en la actualidad se ha tornado muy diferente. La violencia
constituye una de las preocupaciones principales en la agenda de
todos los partidos políticos, de las ciencias sociales y de los
ciudadanos comunes. Las investigaciones de opinión pública
realizadas periódicamente en países de todas las regiones del mundo
indican que el sentimiento colectivo de miedo e inseguridad aumenta
cada vez con menos diferencias sociales (Adorno y Peralva 1997).
Paradójicamente entonces, se forma un amplísimo consenso contra
cualquier tipo de violencia al mismo tiempo que se da un aumento
vertiginoso de su presencia en todos los ámbitos de la vida social,
que se percibe como “inevitable”.
Por
otra parte, estos hechos han ingresado al campo mediático en el que
sufren una mutación mercantilista, creando una competencia que lleva
a que las noticias sobre violencia respondan más a la lógica propia
del relato, que a la dinámica de los hechos. Se construye de este
modo, una imagen manipulada que dificulta una percepción adecuada
del problema.
Por
estas razones, para presentar sociológicamente el fenómeno de la
violencia, debemos hacer un esfuerzo por tratar de romper con el
sentido común y las urgencias mundanas, como nos aconseja P.
Bourdieu (La
violencia simbólica),
y plantearnos el problema desde otra perspectiva (Alberto Riela)
Ensayemos, en un plano muy general y sin utilizar referentes
empíricos precisos, ordenar nuestras ideas sobre el tema explorando
las relaciones existentes entre el crecimiento de la violencia social
y los procesos que caracterizan nuestra contemporaneidad:
globalización, fragmentación social, nihilismo, consumismo,
desindustrialización y pérdida de centralidad y soberanía del
Estado independiente.
Los
fallos heredados en el funcionamiento del actual sistema en general,
expresado con crudeza en el aumento de la pobreza, la exclusión
social y el desempleo, la explotación laboral, la crisis del sistema
político, la baja calidad de educación, los altos índices de
violencia, el abandono de los agricultores, el saqueo de la propiedad
pública, los intentos conservadores de convertir al Estado en una
ente policial, la baja capacidad de las instituciones públicas y la
corrupción de los altos funcionarios y políticos, se han convertido
en fértiles viveros de un gigantesco conflicto social ascendente.
Existe
en nuestra sociedad una aclamada necesidad de seguridad y demanda
de justicia equitativa, pero el oportunismo de los políticos
tradicionales, nos ofrece lo mismo, más severidad en la pena y más
cárcel, a pesar de sus reiterados fracasos, lo cual vuelve la
justicia lenta y pesada, indulgente con el poder y severa con el
descalzo. Si tenemos en cuenta que las políticas penales y de
seguridad se elaboran a conveniencia de las oligarquías económicas,
el sistema penal adopta poses de una verdadera venganza clase. En
pocas palabras, la violencia social en El Salvador, es el reflejo de
una lucha de clases en su más trágica expresión.
En
este contexto, la consolidación del aparato policial sólo responde
a la necesidad de reprimir el crimen y los conflictos sociales,
derivada de un sistema criminológico oportunista que convierte al
Estado en el verdugo social y a la Policía en su instrumento de
castigo.
No
olvidemos que la violencia posee una fecundidad propia, se engendra a
sí misma. Hay que analizarla siempre en serie, como una red. Sus
formas aparentemente más atroces y a veces mucho más condenables,
ocultan ordinariamente otras situaciones de violencia, más brutales
y menos escandalosas por encontrarse prolongadas en el tiempo, como
parte “de un sistema” o de un orden de cosas que se asume como
normal, protegidas por ideologías o instituciones de apariencia
respetable. La violencia de los individuos y la de sectores sociales,
debe ponerse en relación con la violencia de los Estados y otros
poderes de facto, generalmente ocultos. La violencia de los
conflictos con la violencia de los órdenes establecidos. De tal
forma que el gobierno del FMLN, no sólo lucha contra la compleja
manifestación de un problema que hunde sus raíces históricas en la
estructura social, sino que también lo hace contra un orden
autoritario por antonomasia, que explica la esencia de la crisis del
actual sistema político.
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