miércoles, 27 de agosto de 2014

COMUNICADO APTUES COIFOCUES



Comunicado #1 26/08/14
Reciban saludos fraternos de la mesa de trabajo integrada por la Asociación de Profesionales y Técnicos de la Universidad de El Salvador, APTUES y el Colectivo Interfacultades y Oficinas Centrales, COIFOCUES.
Esta Mesa se ha creado para promover una agenda laboral que recoja los aspectos más sentidos de la comunidad universitaria, para luego presentarla en las instancias pertinentes e iniciar una negociación punto por punto para su concreción en un tiempo mínimo de 2 años.
Es una instancia que define su trabajo en tres ejes fundamentales: LO ECONÓMICO, LO SOCIAL Y LO POLÍTICO. Esto sin duda, obliga a consensar y articular esfuerzos de sectores organizados y no organizados en las trece unidades que constituyen la universidad.
La mesa, desde su inicio, se planteó una agenda. con puntos concretos que con la discusión se han convertido en una plataforma laboral. En un principio quisimos que el sindicato de los trabajadores SETUES, la impulsara; le presentamos los puntos de Agenda, pero luego renunciaron con argumentos que, a nuestro criterio, ya no son válidos en la actualidad. Lamentamos esta decisión, que a nuestro juicio, es errada. Ustedes amigos lectores darán su propia valoración.
Nuestra agenda de trabajo la definimos así.
  1. Incorporación del 31% a nuestro salario, que en la actualidad se entrega en dos bonos al año (Febrero-Septiembre)
  2. Creación de una partida presupuestaria para la prestación de indemnización de un mes por año laborado para la UES, tal como lo establece el Art. 8 No. 6 del Reglamento del escalafón.
  3. Creación en la ley de salario del treceavo salario pagadero en el mes de junio.
  4. Creación de una sola bonificación, pagadera como complemento de aguinaldo: Su monto puede ser la sumatoria de la bonificación de junio y el complemento al aguinaldo.
  5. Reformar la reglamentación del Fondo Universitario de Protección, comenzando con el Reglamento General, Reglamento de Prestaciones Económicas y Reglamento de Salud.
  6. Iniciar un proceso de reforma de la ley orgánica en su Art. 10, Art. 14 y Reglamento electoral.
  7. Iniciar un proceso de legalización e integración a la ley de salario a todos aquellos contratos que en la actualidad se encuentran en la condición de contrato eventual, violentando el escalafón.
Nuestra agenda nace de puntos ya legislados, pero a 13 años de haberse aprobado el instrumento legal poco o nada se ha cumplido, en especial para el sector administrativo. Esta es la razón que nos motiva a iniciar un trabajo de manera sistemática, en el cual buscaremos acuerdos con las diferentes instancias del gobierno universitario y del gobierno central. En ese sentido pedimos que cada uno de nosotros se involucre de manera directa y en cada espacio que nos toque trabajar.
Para el caso de los comités de evaluación de cada unidad y Facultad, involucrémonos a exigir, pero también aportando e iniciando el trabajo de evaluación en esta agenda es determinante su trabajo.
Para todos aquellos graduados que no logran su clase ocupacional, luchemos para cambiar esta ley de salario que limita sus plazas.


NOSOTROS AGITAMOS LA BANDERA DE LA DIGNIDAD DE LOS TRABAJADORES UNIVERSITARIOS

VIOLENCIA: LA CRISIS DE UN MODELO SOCIAL



La violencia engendra violencia, como se sabe;
pero también engendra ganancias para la industria de la violencia,
que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo.
Eduardo Galeano


Oscar A. Fernández O.

La sensación de angustia por el déficit de seguridad, no es una evidencia social sencilla. Nunca ha sido puramente el reflejo de los índices del delito, de los cuales es relativamente independiente; aumenta cuando se produce un incremento de la criminalidad, pero una vez situada no disminuye, aunque las tasas de delito decrezcan. Tampoco los niveles de temor entre los sexos, las franjas de edad y los niveles socioeconómicos son proporcionales a la probabilidad de victimización real que enfrenta cada grupo. (Gabriel Kesller, 2009)

La cuestión de la violencia social es un tema que suscita gran interés por el carácter dramático de su manifestación, así como por sus consecuencias; no sólo a nivel de la sociedad en su conjunto, sino también en el contexto de la vida cotidiana. La nuestra se ha convertido en una "Civilización de la violencia" y en nuestra región y específicamente en El Salvador, en un problema endémico-estructural. Este fenómeno puede asumir el carácter tanto de un estilo de vida como de una estrategia de sobrevivencia.

Por ello, cada vez nos convencemos más de que es inútil buscar una respuesta categórica en la moral y la religión al problema que plantea la violencia y que proscribirla por medio de declaraciones políticas es absurdo e hipócrita. Una reflexión seria sobre la violencia no puede separarse del contexto, las circunstancias y los fines.

La agudización del problema de la violencia social es difusa y se entiende: 1. Dentro del estilo de vida que genera el modelo de una sociedad de mercado neoliberal; 2. Como respuesta al fracaso del modelo democrático-representativo, dirigido por las oligarquías económicas, hoy transnacionalizadas; 3. Como estrategias de sobrevivencia del yo (tanto individual como colectivo) ante la implantación de una sociedad del tipo "orden caníbal", fundamentada en el darwinismo social, que se expresa en las guerras entre grupos sociales, con una lógica tribal; 4. En el contexto de una situación de anomia de la sociedad globalmente considerada, en dónde se aparta al Estado, regulador histórico de las colectividades y se implanta “la ley del mercado”, que se basa en la preeminencia de la desigualdad.

En este sentido, como manifiesta Yves Michaud (1989) debemos advertir que "las variaciones, las fluctuaciones, la ubicuidad y finalmente, la ambigüedad de la violencia constituyen positivamente su realidad"

Hasta fines de los años ochenta, la mayoría de las corrientes teóricas que abordaban el tema de la violencia si bien no coincidían sobre sus causas y sus posibles consecuencias, desde cierto punto de vista, compartían implícitamente el supuesto evolucionista y modernista de que la violencia en las sociedades contemporáneas eran un lastre de las relaciones tradicionales o pre modernas.

En general se sostenía que con el aumento de la racionalización de la vida social, para unos, o con una distribución equitativa de los bienes materiales, para otros, la violencia tendería paulatinamente a reducirse, desapareciendo como problema social relevante. Tan sólo las teorías sociológicas más conservadoras postulaban que la violencia era parte de la naturaleza humana y por tanto elemento constitutivo de toda relación social en cualquier tipo de sociedad. Esto condujo a que hasta inicios de esta década los temas relacionados a la violencia no fueran considerados en la agenda de los partidos progresistas y revolucionarios, y solo los partidos más conservadores fueron los que mantuvieron una prédica constante para aumentar la represión como única forma de resolución del problema.

La situación en la actualidad se ha tornado muy diferente. La violencia constituye una de las preocupaciones principales en la agenda de todos los partidos políticos, de las ciencias sociales y de los ciudadanos comunes. Las investigaciones de opinión pública realizadas periódicamente en países de todas las regiones del mundo indican que el sentimiento colectivo de miedo e inseguridad aumenta cada vez con menos diferencias sociales (Adorno y Peralva 1997). Paradójicamente entonces, se forma un amplísimo consenso contra cualquier tipo de violencia al mismo tiempo que se da un aumento vertiginoso de su presencia en todos los ámbitos de la vida social, que se percibe como “inevitable”.

Por otra parte, estos hechos han ingresado al campo mediático en el que sufren una mutación mercantilista, creando una competencia que lleva a que las noticias sobre violencia respondan más a la lógica propia del relato, que a la dinámica de los hechos. Se construye de este modo, una imagen manipulada que dificulta una percepción adecuada del problema.

Por estas razones, para presentar sociológicamente el fenómeno de la violencia, debemos hacer un esfuerzo por tratar de romper con el sentido común y las urgencias mundanas, como nos aconseja P. Bourdieu (La violencia simbólica), y plantearnos el problema desde otra perspectiva (Alberto Riela) Ensayemos, en un plano muy general y sin utilizar referentes empíricos precisos, ordenar nuestras ideas sobre el tema explorando las relaciones existentes entre el crecimiento de la violencia social y los procesos que caracterizan nuestra contemporaneidad: globalización, fragmentación social, nihilismo, consumismo, desindustrialización y pérdida de centralidad y soberanía del Estado independiente.

Los fallos heredados en el funcionamiento del actual sistema en general, expresado con crudeza en el aumento de la pobreza, la exclusión social y el desempleo, la explotación laboral, la crisis del sistema político, la baja calidad de educación, los altos índices de violencia, el abandono de los agricultores, el saqueo de la propiedad pública, los intentos conservadores de convertir al Estado en una ente policial, la baja capacidad de las instituciones públicas y la corrupción de los altos funcionarios y políticos, se han convertido en fértiles viveros de un gigantesco conflicto social ascendente.

Existe en nuestra sociedad una aclamada necesidad de seguridad y demanda de justicia equitativa, pero el oportunismo de los políticos tradicionales, nos ofrece lo mismo, más severidad en la pena y más cárcel, a pesar de sus reiterados fracasos, lo cual vuelve la justicia lenta y pesada, indulgente con el poder y severa con el descalzo. Si tenemos en cuenta que las políticas penales y de seguridad se elaboran a conveniencia de las oligarquías económicas, el sistema penal adopta poses de una verdadera venganza clase. En pocas palabras, la violencia social en El Salvador, es el reflejo de una lucha de clases en su más trágica expresión.


En este contexto, la consolidación del aparato policial sólo responde a la necesidad de reprimir el crimen y los conflictos sociales, derivada de un sistema criminológico oportunista que convierte al Estado en el verdugo social y a la Policía en su instrumento de castigo.


No olvidemos que la violencia posee una fecundidad propia, se engendra a sí misma. Hay que analizarla siempre en serie, como una red. Sus formas aparentemente más atroces y a veces mucho más condenables, ocultan ordinariamente otras situaciones de violencia, más brutales y menos escandalosas por encontrarse prolongadas en el tiempo, como parte “de un sistema” o de un orden de cosas que se asume como normal, protegidas por ideologías o instituciones de apariencia respetable. La violencia de los individuos y la de sectores sociales, debe ponerse en relación con la violencia de los Estados y otros poderes de facto, generalmente ocultos. La violencia de los conflictos con la violencia de los órdenes establecidos. De tal forma que el gobierno del FMLN, no sólo lucha contra la compleja manifestación de un problema que hunde sus raíces históricas en la estructura social, sino que también lo hace contra un orden autoritario por antonomasia, que explica la esencia de la crisis del actual sistema político.

LA EXPANSIÓN SIONISTA: ESENCIA DE UNA AGRESIÓN.




El conflicto es universal... la justicia es una lucha”

Heráclito.

Óscar A. Fernández O.

Cuando Theodor Herzl, fundador del sionismo se refería a “un pueblo sin tierra que busca una tierra sin pueblo” le importaba un bledo la existencia de una población árabe en Palestina y su evolución como nación. El establecimiento del Estado sionista israelí se convirtió en la compensación al Holocausto, pero se ha dedicado a promover la guerra contra sus vecinos y continúa sojuzgando y asesinando al pueblo palestino bajo el pretexto del terrorismo.

Hace más de medio siglo la recién conformada ONU, encabezada por las potencias aliadas que vencieron al eje Berlín –Roma –Tokio, acordaron entregarles la mitad del territorio de Palestina a los israelíes para que fundasen su propio Estado. Aceptable o no esa decisión, (sobre todo por el exceso de poder mostrado por la ONU al quitar territorio a un pueblo que nada tuvo que ver con la guerra) es comprensible que se quisiera resarcir un poco a otra nación que recién había sido masacrada en Europa. No obstante, en muchas personas persiste la duda de si esa y no otras, fueron las razones para ubicar a un Estado sionista pro imperialista, en tan importante y controversial punto geopolítico.

Como sea, hoy es fallo es aceptado por el mundo y validado por el esfuerzo del pueblo hebreo que ha sabido construir su país y del pueblo palestino que legítimamente exige se le reconozca como Estado soberano, para vivir en paz con Israel.

De tal manera, que la escalada del conflicto solo tiene una explicación: la estrategia expansionista violenta de la extrema derecha sionista, fielmente representada en uno de sus más fieros halcones, Benjamín Netanyahu. Por tanto, las reacciones de fuerza de los grupos armados palestinos, que varios califican de terroristas y fanáticos, tienen un detonador: el expansionismo, la brutalidad y la exclusión practicada por Israel contra ese pueblo.

Pero a propósito de fanatismos, ¿cómo debe entenderse el que los israelitas se auto denominen “el pueblo de Dios”? ni más ni menos. La diferencia es, que el terrorismo de tanques y modernos aviones bombarderos, ha sido aplaudido, estimulado, legalizado y hasta financiado durante mucho tiempo por algunos paladines de la democracia occidental y exacerbada por el favoritismo de la prensa pro imperialista.

La conveniente palabra “terrorista”, puesta de moda por el discurso de los halcones imperialistas, está siendo utilizada en la mayoría de casos para atacar la respuesta justificada de los pueblos y su legítimo derecho a defenderse de las agresiones extranjeras. Esta es por hoy, una pequeña victoria para los campeones del “bien” y el “orden”, en cuyas filas de ningún modo resulta desconocido el uso del terror.


Israel ha mantenido una actitud sistemática y permanente de ocupación y desalojo contra Palestina sin importarle las reiteradas resoluciones de la ONU que censuran su actitud: la 181 de 1947; la 194 de 1948; la 242 de 1967; la 338 de 1973; la 3379 que especialmente condena y asocia el sionismo con el racismo y con el apartheid sudafricano, en particular; la 446 que declara ilegales los asentamientos judíos en territorio ocupado; la 478, que declara ilegal la apropiación de Jerusalén por parte de Israel; la 497 que declara ilegal la anexión a Israel de los Altos del Golán; la 3236, que declara que los palestinos tienen el derecho de recuperar sus hogares y pide el retorno de éstos; la 1322, que condena el uso excesivo de la fuerza de Israel contra el pueblo palestino.

La Corte Internacional de Justicia, en una opinión consultiva no vinculante (pero que, como todas las resoluciones de la CIJ, es jurisprudencia internacional) acerca de Namibia, 21 de junio de 1971, interpretó que, conforme a los artículos 24:2 y 25 de la Carta, el Consejo de Seguridad tiene poderes generales, por lo que éste puede adoptar decisiones obligatorias al margen del Capítulo VII de la Carta Internacional)

Sin embargo, agitando la bandera de que las resoluciones no son vinculantes, los sionistas y sus poderosos aliados, han reducido ya a la otrora gran nación árabe, cuna de las tres religiones monoteístas más grandes del mundo, a un pequeño y empobrecido territorio casi invisible en el mapamundi (Gaza y Cisjordania) cercado y vigilado por el brutal ejército israelita, el cuarto más poderoso del mundo.

Las demarcaciones políticas y territoriales que pretende establecer Netanyahu, representan los intereses exclusivos de la elite sionista y no la realidad sociológica del pueblo de Israel. La esencia del conflicto en el medio oriente se nos antoja cada vez más claro, contrariamente a lo que otros aseguran, aduciendo una vieja rivalidad de naciones. Para des escalarlo hay que hacer dos cosas de inmediato, parar la carnicería, terminar el expansionismo y devolver las tierras ilegalmente ocupadas, reconociendo y legitimando el derecho del pueblo palestino a su propio Estado libre y soberano. Solo así podremos parar esa sangrienta matanza que realizan los sionistas, para lograr su expansión y dominio de todo este estratégico territorio.

Por su parte, los países poderosos que lideran el mundo occidental, deben abandonar la indiferencia, la diplomacia ambivalente y la doble moral que les ha caracterizado frente a la a actitud prepotente del expansionismo sionista. Debe retornarse a la renuncia de la fuerza y la violencia. Entendiendo que las acciones diplomáticas no son la antesala de las intervenciones armadas o un simple mecanismo para enfriar conflictos calientes, ni deben ser sustituidas por métodos engañosos y coercitivos. Tales prácticas sólo evidencian la incapacidad y desprecio de los sistemas pacíficos para resolver las causas del conflicto.

Sin duda, ambos pueblos están capacitados para resolver el problema, pero también necesitan y demandan urgentemente el concurso de las naciones civilizadas y democráticas del mundo, las cuales debemos hacernos presentes sin ataduras ni compromisos previos y sin más interés que el del desarrollo libre y pacífico de las naciones. Construyamos un siglo XXI para la humanidad y la paz; no permitamos más imperialismos ni crímenes de odio y apartheid.

¿Hasta cuándo los palestinos y demás pueblos árabes continuarán pagando por un crimen que se cometió en los campos de concentración de la Alemania nazi hace más de ochenta años? ¿Por qué los pueblos y estados civilizados del mundo somos incapaces de detener esta matanza de inocentes, bajo el pretexto de un terrorismo que en realidad se práctica por el Estado Sionista, el cual posee más de doscientas bombas atómicas y se pasa las resoluciones de la ONU, por su arco del triunfo?


“ESTADOS FALLIDOS”: UN CONSTRUCTO IDEOLÓGICO-POLÍTICO


Oscar A. Fernández O.
La reflexión en torno a los "Estados Fallidos" (Failure Sates) surgió en el ámbito político académico y de inteligencia estadounidense y europea, muy vinculada al caso de África, en el marco regional del proceso de descolonización y en el contexto más amplio de la bipolaridad Este-Oeste. Aquel incipiente tratamiento durante los setenta, de lo que constituía el fracaso de los estados recientemente independizados, estuvo limitado por varios condicionantes intelectuales y políticos del momento.
En efecto, en términos profesionales el análisis del "Estado fallido" resultaba frustrante, por un lado, e irrelevante, por el otro. La frustración provenía del hecho de que se observaba y evaluaba el fracaso estatal africano a partir de la noción de Estado predominante en Occidente. En ese sentido, la evolución de la "estatalidad" africana no cumplía con los parámetros del estilo de los países avanzados del Atlántico Norte.
Por su parte, la irrelevancia se originaba en el poco interés de los investigadores por fenómenos regresivos como el desplome parcial o completo de un Estado; lo que prevalecía en la comunidad de estudiosos sobre la periferia era la idea de transición hacia formas superiores que conducirían, eventualmente, a su modernización. (Tokatlian: 2008)
En términos ideológicos, la competencia integral entre Estados Unidos y la Unión Soviética llevaba a que la mayoría de los fenómenos socio-políticos-desde los cambios de gobierno hasta las guerras domésticas-fueran interpretadas en clave de Guerra Fría; con lo que el desplome estatal (su alcance institucional, su nexo con la economía política internacional, su relación con pugnas étnicas o religiosas, su vínculo con la seguridad regional) no fue objeto de un enfoque más detallado, matizado y particular (Antoniadis, A: 2003)
A su vez, la contención guiaba la política exterior y de defensa de Washington y, en consecuencia, la limitación al poder de la Unión Soviética y el freno a la expansión del comunismo eran las piedras angulares de dicha estrategia. Ello tuvo para los países periféricos sus efectos. Primero, independientemente del tamaño, ubicación y recursos de cada país, todas las naciones resultaban importantes por su valor e impacto respecto al conflicto bipolar (Dun, J.: 1978). En este caso, la naturaleza del régimen importaba poco.
Segundo, si bien era evidente una alta inestabilidad en el eje Este-Oeste la nota elocuente de aquel período fue la alta confrontación Norte-Sur. La conjetura acerca de una eventual guerra nuclear entre los principales antagonistas producía la sensación de un holocausto devastador. La realidad de intervenciones, invasiones, conflictos de baja intensidad, operaciones armadas quirúrgicas, maniobras militares encubiertas y disputas irregulares prolongadas, entre otras, se concretizó en la periferia con la participación abierta o clandestina de las grandes potencias. En ese caso, el grado de unidad o fragmentación de una sociedad periférica resultaba un dato menor. En resumen, bajo la lógica de la contención el statu quo era preferible a la transformación, era fácil convivir con el autoritarismo sin alentar mucho a la democracia y el valor instrumental de cada país era superior a su valoración intrínseca. Por ello países como El Salvador, con Dictaduras militares mantenidas desde Washington y Oligarquías ultraderechistas, tuvieron un valor táctico relevante, para la estrategia de “contención”. Ni siquiera en plena guerra los Estados Unidos, La Iglesia derechista y la Oligarquía, consideraron por un momento al “Estado Fallido”. Esto era un mensaje claro.
El Consejo Nacional de Inteligencia Norteamericano (NIC en inglés) con sede en Washington, en su informe “Tendencias Globales” (Diciembre de 2012) “predice” que 15 países de África, Asia y Medio Oriente, se convertirán en “Estados fallidos” (Failure States) hacia el año 2030 debido a su “conflictividad potencial y los problemas medioambientales”. En su anterior informe de 2005, publicado en el comienzo del segundo mandato de G. Bush h., el NIC predijo que Pakistán se convertiría en un “Estado Fallido” hacia el año 2015 “al verse afectado por la guerra civil, la completa talibanización y lucha por el control de las armas nucleares”. Cosa que no sucedió.
Caso contrario sucede en Irak, pues el desmembramiento de la sociedad en comunidades religiosas y raciales se ha producido a raíz de la brutal ocupación de los norteamericanos a ese país, que significó la destrucción del Estado y el asesinato de su Presidente Saddam Hussein, y de cientos de miles de personas más. La pregunta es entonces ¿Quién provoca “Estados fallidos”?
En dicho informe se compara Pakistán con Yugoeslavia, país éste que fue dividido en siete estados luego de una década de guerras civiles auspiciadas por USA y la OTAN.
En el último informe del NIC, mientras se asegura que los estados fallidos “sirven como refugio para grupos extremistas políticos y religiosos” (p. 143), el informe no reconoce el hecho de que desde la década de 1970 los EE.UU. y sus aliados proporcionaron apoyo encubierto a organizaciones extremistas religiosas como una vía para desestabilizar los estados nación soberanos y seculares, tal como lo eran Pakistán  y Afganistán en la década en ese entonces.
Los “Estados fallidos” al estilo yugoslavo o somalí, no son el resultado de divisiones sociales internas. Convertir los estados soberanos en estados fallidos es un objetivo estratégico implementado a través de operaciones encubiertas y acciones militares.
Esta idea de “Estado fallido” es una noción que implica mucho riesgo en términos ideológicos, dado que conlleva una carga despectiva. Es, en todo caso, antojadiza, discutible, poco seria en cuanto “formulación” de ciencias sociales, asimilable, en todo caso, a los listados de “transparencia y corrupción” con que Washington evalúa al resto del mundo. O las igualmente discutibles mediciones de cumplimiento de derechos humanos, o la certificación o descertificación en el combate al narcotráfico. ¿Alguien se puede tomar en serio, con criterio académico real, esas elucubraciones? ¿O se hace demasiado evidente que lo que está en juego es una manipulación tendenciosa, absolutamente ideológica?
Esto de los “Estados fallidos” es una caracterización retomada recientemente por los llamados “tanques de pensamiento” neoconservadores de los Estados Unidos y de la cual se empezó a hacer mayor uso a partir de los atentados del 11 de septiembre del 2001. Si hacemos un recorrido a lo largo de la historia política moderna vemos que se han acuñado diferentes acepciones para calificar a algunos Estados contrarios a las políticas de la Casa Blanca, y así justificar el uso de la fuerza –léase invasión, sin darle mucha vuelta–
Durante la década de los años 70 del pasado siglo el término de moda era “Estados comunistas”; con este pretexto Washington justificaba el mantenimiento de la Guerra Fría, y por ende el de los conflictos armados internos que se desarrollaban en buena parte de los países del por ese entonces llamado Tercer Mundo (especialmente en África, Medio Oriente y América Latina), donde realmente medían fuerzas las dos grandes potencias de aquel período.
¿Será este el llamado que hay detrás de las aseveraciones del vocero de la Iglesia Católica, hoy más conservadora que nunca? ¿Por qué casi de inmediato que el clérigo asegura que estamos perdidos por completo, salen otras voces blasfemas a secundarlo, pontificando como suelen hacerlo en los shows de televisión, sobre “Estados fallidos y otros demonios”? ¿Sabrán de qué hablan? El concepto de Estado fallido ha sido cuestionado en la literatura académica por ser considerado epistemológicamente impreciso, con incapacidad de ser útil para generar política pública, además de ser propagandístico y políticamente motivado.
El término “Estado fallido”, sin negar que los Estados a los que se le aplica presentan insufribles carencias, no es una conceptualización de carácter científico con argumentos y fundamentos bien elaborados que pretende incidir positivamente para cambiarles ese curso; el concepto de “Estado fallido” no es más que una nueva “doctrina” del gobierno estadounidense para seguir apropiándose de los recursos (naturales y humanos) de América Latina, África y Medio Oriente.
Con esta prédica constante que el neoliberalismo ya transformó en ley en relación a que el Estado no funciona (el Estado es intrínsecamente corrupto, ineficiente, inservible, etc., etc.), se persiguen varios objetivos: la privatización de los servicios de estos Estados a favor de capitales privados, en muchos casos transnacionales, y que en buena medida son de origen estadounidense; invasiones militares a supuestos “Estados fallidos” que, según esa lógica en juego, atentan contra la seguridad o la democracia en el mundo, tras lo cual se oculta el negocio de las armas (uno de los principales ingresos del país norteamericano); y luego de la destrucción, la reconstrucción de estos Estados por compañías de capitales norteamericanos principalmente.
Designar a un Estado como supuestamente “fallido” implicaría que “alguien” acuda a su salvación –obviamente una fuerza externa bien preparada y dispuesta a “ayudar”– o que regresen al poder los trasnochados adalides de la democracia mafiosa del siglo pasado, tal y como han hecho en Honduras e intentaron en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, entre otros. Esto nos llevaría a preguntar: si un Estado es “fallido” ¿cómo salvarlo? ¿Privatizándolo? ¿Por medio de la intervención militar de una fuerza extranjera que sea “capaz” de hacerse cargo de él? ¿Dando un golpe de Estado? Obviamente no va por allí la salvación.
No hay “Estados fallidos”, así como no los hay “Estados forajidos”, ni “Estados terroristas” ni “Estados narcotraficantes”; en todo caso son Estados débiles y mal aprovisionados que reflejan las relaciones de la sociedad de acuerdo al sistema socio-económico y político impuesto por las oligarquías. El Salvador con los dos últimos gobiernos ha comenzado a zafarse de esta vorágine destructora de sociedades y Estados, llamado neoliberalismo y de la tutela absoluta de Estados Unidos. Los cambios han comenzado, esto sin duda desvela a no pocos reaccionarios y despabila a un enjambre de viejos y oscuros conspiradores que ya se plantean volver a la palestra.