martes, 6 de mayo de 2014

CONSTRUIR LA DEMOCRACIA POPULAR PENSANDO EN LA REVOLUCIÓN



Oscar A. Fernández O.

En el debate sobre el que hacer de la izquierda hoy, normalmente se interpone el alegato de que la desigualdad, la opresión y la miseria son hoy más grandes que nunca y eso demuestra que nadie ganó. Ocurre que esta posición hace tabla rasa de que la derrota fue más arrasadora precisamente, porque aun generando más hambre mundial y millones de desempleados, el capitalismo nos venció en todos los frentes. Es tan sólo una disculpa entreguista y una tesis que no se puede digerir.

Ahora bien, ¿cuál es el reto de la izquierda en El Salvador, para sostener y consolidar el poder?

Debemos de asumir la política como construcción de fuerzas y eso implica abandonar la visión acostumbrada de la política, que tiende a reducirla únicamente a lo relacionado con el régimen político-jurídico y a dramatizar el papel del Estado (visión neo-institucionalista); en esta visión caen tanto los sectores más radicales de la izquierda, como los más moderados: los primeros centran toda la acción política en la toma del poder político y la destrucción del estado y los más reformistas en la administración del poder político o ejercicio de gobierno. Todo se concentra en los partidos políticos y en la disputa en torno al control y la orientación de los instrumentos formales de poder; los sectores populares y sus luchas son los grandes ignorados. (Harnecker: 2000)

Repensar la construcción de las fuerzas sociales, es también superar la apretada perspectiva que reduce la soberanía a los aspectos prohibitivos del estado. El poder enemigo no es sólo represivo sino también constructor, moldeador, disciplinante (Ruíz: 1998)

Si el imperio de las clases dominantes sólo actuase como censura y exclusión, como ordenación de obstáculos o represión, sería más frágil. Si es más fuerte,  es porque además de evitar lo que no quiere, es capaz de construir lo que quiere; de moldear conductas, de promover saberes, discursos, conciencias; de inventar una forma de ver el mundo y de verlo a él mismo.

Considerar la construcción de fuerza, es también superar el antiguo y arraigado error de pretender construir fuerza política sin construir fuerza social.

Hablar de la institucionalización del neoliberalismo es hablar de la materialización de esa ideología en un modelo de Estado y de administración pública totalmente centrados en el mercado. De la fusión de esa ideología en las normas, los valores y principios que utilizamos para constituir la vida social. De la madurez y condensación de las ideas con las que, consciente o inconscientemente, determinamos y definimos lo socialmente bueno y malo, lo socialmente justo e injusto, lo socialmente legal e ilegal, y lo que se considera políticamente utópico y factible (Baltodano 2011)

Es hablar de un pensamiento político-económico, que expresa síntesis de los supuestos y valores básicos de la sociedad capitalista post industrial en torno al ser humano, el acaparamiento de la riqueza, la explotación de la naturaleza, la historia, el progreso, el conocimiento y la “buena vida”. Se establece así un orden de “derechos humanos”, sobre los derechos de los pueblos, como paso precisamente para negar el derecho a la mayoría de ellos.

Como acumulación de intensas luchas revolucionarias en la región en la segunda mitad del siglo XX, entre ellas la que protagonizara la entonces estructura político-militar FMLN, se produce hoy en el siglo XXI, una rebeldía de nuestros pueblos contra el ensayo neoliberal. Se origina un giro a la izquierda en América Latina, que cuestiona como aspecto central que nuestras naciones hayan sido “laboratorios sociales”, donde gobiernos entreguistas e inhumanos se subordinaran a una estrategia empobrecedora cuyo fin era garantizar la solvencia financiera del gran capital planetario.

Abreviadamente, con esa doctrina, se determina quién come y quién no come, quién va a ser pobre y quién va a ser rico, quién va a ser obeso  y quién va a morir de desnutrición, todo esto en equilibrio con los principios y transacciones del mercado global.

Los neoliberales, insisten en que debemos de aceptar que los recursos naturales estén controlados por multinacionales rapaces y que la corrupción generalizada sea una especie de castigo de los cielos que se debe asumir sin más. Debemos aceptar como legado el desprestigio de la política y las instituciones, una ciudadanía no solo empobrecida económicamente sino desinformada, manipulada y desorganizada como fruto de tantos años de represión y engaño. Debemos respetar escrupulosamente medios de comunicación, hostiles y monopólicos que convierten el ejercicio de la libertad de opinión en una farsa bufona. (García, 2006)

Como nunca en nuestra historia conocida, hoy se acortan las distancias entre pueblo y poder constituido. Se visualiza con claridad la necesidad de instalar un proceso de recuperación plena de la autoridad en el manejo de los sectores estratégicos de la economía y de nuestras riquezas naturales.

El proceso del cambio que hemos emprendido en El Salvador, debe culminar consolidándose como una nueva forma de vida conscientemente orientada, a modo de un proceso perfectible. Quizás sea ésta la idea que sustituya las relaciones sociales depredadoras construidas por el neoliberalismo y sirva de base para escalar a una sociedad mejor.

Esta sociedad que posibilite una vida conscientemente orientada por lúcidos líderes humanistas, por ejemplo, presupone la oportunidad de que sus ciudadanos decidan sobre el derecho de recibir del fondo social construido por la conjugación de los esfuerzos de toda la colectividad, lo que básicamente necesitan para reproducir sus condiciones de existencia digna, sea a través del salario laboral o de provisiones de seguridad garantizadas por el Estado.

Si esta decisión es consciente, el pueblo lo será también de las demás necesidades mínimas de cada ser humano y por tanto, presupone un beneficio para todos, además de una regulación ajustada a los valores que guían las relaciones de la solidaridad y al derecho de que el pueblo pueda decidir en condiciones de mínima igualdad, los rumbos de su existencia.

Cabe a aquellos que no nos conformamos con el actual orden mundial tutelado por los países ricos, que hoy se debate en una profunda crisis, plantear la necesidad de un Estado novedoso, que sin ignorar la realidad actual, no se subordine al capital financiero. Un proyecto que comprenda la aparición de un nuevo tipo de Estado, que privilegie y desarrolle la unidad dialéctica individuo-colectivo, que pueda ser consensuada, regulada, socializada en la dirección de la cooperación y de la solidaridad, para reconocer que la pluralidad y la diferencia sólo pueden ser garantizadas por una nueva dinámica pública, innovadora, revolucionaria, de participación popular, cuestión que tanto las obsoletas y descartadas derechas y las nuevas que emergen con peligrosos tintes fascistas, temen.

El desarrollo de la lucha revolucionaria en nuestros países, constata que el asunto crucial de del cambio debe conducir a la  edificación de la Democracia Participativa del pueblo, porque eso es devolver el poder usurpado históricamente por las elites burguesas, la capacidad de fijar su destino y enfrentar los procesos de acuerdo con sus intereses, con su nivel de conciencia y posibilidades de organización de lucha, para lo cual hay que proporcionarle una educación intensiva y progresiva que asegure dicha conciencia con  capacidad de  explicarse la realidad objetivamente, para poder transformarla.

Eso significa que el pueblo adquiere la capacidad de enfrentar las tareas históricas planteadas y maduras, y en la medida de su crecimiento en conciencia vaya abordando sus propios retos históricos, que habían sido ocultados y bloqueados debido a la enajenación de las masas producida por el orden dominante.

Para el éxito de esta obra, el Estado debe rediseñarse fuerte y socialmente efectivo, (no solo por una decisión coyuntural) donde prive el establecimiento de nuevas formas de participación y organización de la sociedad que relanzan la democracia formal y exclusivamente de élites (representativa, burocrática y decisionista) hacia una democracia protagónica, participativa.

La materialización íntegra de la democracia participativa, es el proceso de consolidar  todo el poder para el pueblo. La forja del poder popular ha venido ocurriendo de arriba hacia abajo, por la acción revolucionaria de una lucha que cuenta con miles de los mejores hijos e hijas de la patria que dieron su vida por ella, pero esto no ha sido suficiente hasta hoy, no obstante haber construido un gobierno progresista que por primera vez accede al Órgano Ejecutivo  en la historia de esta pequeña nación centroamericana. En el sistema en que vivimos aún existen trabas  y usurpaciones de los poderes tradicionales que a sangre y fuego han impedido la concreción de una sociedad equitativa, independiente y soberana.

Las nuevas democracias revolucionarias que germinan en América Latina  impulsan ya un mayor poder de decisión del pueblo soberano en los actos de gobierno, y para ello se han creado instrumentos que le permiten opinar y en algunos casos, decidir sobre cuestiones trascendentes. Estas acciones son para las oligarquías y sus aliados, una agresión a sus intereses omnímodos, que están dispuestos a desbaratar con métodos traicioneros y terroristas, en nombre de su  sacro santa libertad de mercado.

Sólo quienes temen perder los privilegios del poder y algunas fortunas de dudoso origen, temen por ejemplo a las consultas populares y a sus efectos vinculantes. La extrema derecha, con su careta “de oposición progresista”, sus eslóganes violentos e insultantes, su soberbia inveterada y sus apetencias de poder abusivo, son los más recalcitrantes enemigos de la democracia participativa, aliados con centristas y liberales de incierta reputación y voluminosos caudales. Es de sospechar que si algo les aterroriza, será rendir cuentas con el venidero fin de la impunidad que demanda el pueblo.


Una democracia firme solo puede construirse erradicando la opresión capitalista, eliminando la desigualdad y dotando a los ciudadanos de poder efectivo en todas las áreas de la vida política. Estas metas podrán alcanzarse con una democracia popular diferenciada del fracasado totalitarismo burocrático, que actualice los viejos ideales e implemente nuevas formas de participación pública. Las reformas en este proceso solo pueden ser válidas si constituyen los peldaños para llegar a la revolución adeudada. 

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