jueves, 12 de noviembre de 2015

LA LOGICA SOCIO-JURIDICA DE LA REINSERCIÓN SOCIAL (En apoyo a la Ley de rehabilitación de pandilleros)


Prohibir una multitud de acciones indiferentes, no es prevenir
los delitos que puedan nacer de aquéllas, sino crear otros delitos nuevos.
Cesare Beccaria.

Oscar A. Fernández O.
El comienzo delictual del individuo se ha estado estudiando por diversos medios de investigación, pero no se ha podido obtener un resultado exacto y concreto del comportamiento de origen y la causa que influyen en el individuo a cometer hechos delictivos.
La explicación científica ha llevado a determinar varias hipótesis de las causas que llevan al ser humano a delinquir; se dice que son muchos los factores que influyen en él como por ejemplo, la deserción escolar a temprana edad, la falta y carencia de recursos económicos, el abandono a temprana edad del hogar, violencia intrafamiliar, traumas Psicológicos, consumo de drogas y alcoholismo y mala influencia del entorno, falta de oportunidades laborales, decepción personal del individuo que no acepta vivir en semejantes condiciones de carencia y marginación, analfabetismo, tener como referencia al padre o madre que lo envuelven y refleja e incitan a llevar el mismo camino de la delincuencia, tener una visión de vida fácil alentada por el consumismo del sistema, entre otras.
Al delincuente lo vestimos con los harapos de nuestra indiferencia, le sancionamos a veces con medidas punitivas inadecuadas y desfasadas, le buscamos un vertedero lejos de nuestro roce, porque, aunque reconozcamos que es un ser humano, dudamos de esta realidad y no nos interesa su convivencia.
De esta forma, podemos constatar que el delincuente se puede formar por diversas condiciones que lo determinan a un sistema social adaptado a su medida, o sea a su propia cultura y forma de existencia. Hoy en día las cárceles del país sirven como verdaderas escuelas de profesionales delincuentes a futuro ya que no proporcionan la ayuda adecuada y capacitada para lograr un mejoramiento por completo de parte del sujeto. El concepto de encerrar para castigar, que recuerda el viejo pensamiento feudal de “la mazmorra”, debe ser repensado.
También se puede comprobar aún, que los Estados hasta hoy no poseen las herramientas necesarias para lograr una rehabilitación adecuada al sujeto, ya que no les ofrece mayores expectativas de vida, los capacita en trabajos pero no los acompaña al momento de reinsertarse en la sociedad una vez que han cumplido su condena.
El estado de rechazo social es un efecto inevitable de la pena. Este efecto está determinado por un proceso social de estereotipia: el prejuicio y la discriminación. Es necesario un urgente cambio de actitud social en lo que afecta al delincuente. El apoyo de la sociedad a la reinserción, debe proceder, entre otras razones, de la compensación colectiva por los perjuicios excesivos ocasionados en la aplicación de la pena; y por el compromiso moral de la comunidad en el trato y solución de todos los problemas sociales, los cuales producen marginación y exclusión de muchos sectores de la población, lo cual se percibe y define como violencia del sistema contra ellos.
Georgio Del Vecchio (1954) afirma: “El delito no es solamente un hecho individual del cual debe responder su autor en la medida de lo posible, sino que es también, en sus formas más graves y constantes, un hecho social que indica defectos y desequilibrios en la estructura social en que ha tenido origen”
O como decididamente lo expone John Dewey (1977): “Toda nuestra tradición cultural con respecto a la justicia punitiva, tiende a negar nuestra participación social en la generación del crimen y se adhiere a la doctrina de un metafísico libre albedrío. Exterminando a un malhechor o encarcelándolo tras muros de piedra, podemos olvidarnos de él como de nuestra participación en haberlo creado” (Sic!)
Sin el sarcasmo literario de Dewey, dice el Jurista y Profesor Alejandro Balcázar (2010) pero sí identificándose con su postulado, el documento de trabajo de la Secretaría de las Naciones Unidas preparado para la reunión del Consejo Consultivo sobre la Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, y el Instituto Nacional de Justicia para la Prevención del Delito (NIJ) miembro de la ONU, declaran que convendría que la investigación etiológica de la criminalidad se ocupara primordialmente no de la conducta delictiva en sí, sino de la conducta en la medida en que se ve influenciada por la intervención de las fuerzas sociales y económicas.
“La conducta delictiva ha de considerarse como parte de la conducta social y no como una esfera de interés aislada que tenga que estudiarse en el vacío. Con esta perspectiva, la investigación aclarará los puntos firmes y débiles de la estructura social, el funcionamiento de los grupos dentro de la sociedad y las fuerzas que continuamente remodelan las pautas de acción recíproca de los individuos en esta sociedad” (NIJ: 1995)
Frente a estos planteamientos, se puede adquirir una falsa consciencia de culpabilidad social absoluta en la criminogénesis [etiología del delito] y en la concatenación ineludible del delincuente a los condicionamientos sociales. No obstante, en el estudio de las conductas criminales aflora generalmente una participación genética en la que comparte, en distintas medidas, tanto el determinismo social como el personal. El hombre debe asumir la responsabilidad frente a sus propios actos; pero la sociedad no debe eludir el interés de conocimiento de la imperfección de las estructuras defectuosas que pueden facilitar la ejecución del delito, como la exclusión social y la marginación.
La rehabilitación y reinserción del delincuente, a su sociedad, suele encontrarse dificultada por dos factores fundamentales: 1. Por la actitud de rechazo de la sociedad frente al delincuente; y, 2. Por la predisposición psicológica del delincuente (pandillero), para sentirse rechazado por ella y el temor a ser castigado si se somete al proceso que dispone la Ley de rehabilitación y reinserción.
El primer factor -la actitud negativa del ciudadano honrado y correcto frente al que ha delinquido- se produce, significativamente por dos razones:
1. Porque ha sido afectado personalmente por el delito; y, 2. Porque, sin haber sido afectado, pertenece a una comunidad que sanciona socialmente el delito, sostienen varios juristas en estudios socio-jurídicos y criminológicos realizados en América Latina.
Estas actitudes dentro de una dimensión normal son positivas. La del sujeto afectado por el delito, porque ha sufrido un perjuicio en su propia persona o en su patrimonio afectivo, moral o económico. La de la colectividad, porque significa una vinculación al orden social y una prestación personal colectiva de actitudes e ideas coadyuvantes a la defensa de la comunidad frente a la agresión de la delincuencia.
Pero cuando estas actitudes superan el límite de la medida ética, y la de lo moral y lo justo en el rechazo del delincuente, convirtiéndose en actitudes negativas inflexibles, surge una postura social que crea una problemática definida por un estado de patología social.
La escala de valores que la sociedad acepta, excluye totalmente las actividades agresivas, pero conduce muchas veces –por esta misma exclusión- al hombre autor de la agresión, hacia una evidente discriminación. Hay que pensar que, considerado el problema desde el ángulo sociológico, las discriminaciones quedan determinadas como consecuencia de la estructuración de las categorías sociales y que la valoración que se da al delincuente le excluye de toda jerarquía clasificándole como un desclasado.
El delincuente carece de status. No tiene categoría social porque, en la estimación del mismo, los criterios valorativos que se le aplican son totalmente negativos. En la nula concepción de la categoría del delincuente, el estereotipo juega una participación definitiva. El prejuicio que se forma en torno del sancionado se hace de una manera preestablecida en la conciencia social, endureciendo el discernimiento adverso, la incidencia constante y el desarrollo negativo de la opinión pública. El delincuente llega por este camino a ser una minoría social, una categoría desfavorecida y marginada. Recuperar el status o adquirir uno nuevo representa para el delincuente un gran esfuerzo generalmente fallido.
La postura universal en la solución de este problema tiende a crear una opinión pública justa y consciente frente a la situación del interno en los establecimientos penitenciarios, y, sobre todo, en lo que respecta a los liberados. Como consecuencia de esta incidencia en la opinión pública, y como resultado de los estudios criminológicos se ha llegado a la conclusión de que el lugar más efectivo para conjurar el delito es en su proceso etiológico, y no contra el delincuente como autor responsable del mismo.
Finalmente queremos subrayar, que la Ley Especial para la prevención, retiro y rehabilitación de miembros de maras o pandillas, no es una vía para forma alguna de amnistía o perdón a aquellos que han cometido delitos tipificados en el Código Penal vigente.
Que lo que la presenta ley persigue, a través de las instituciones públicas correspondientes, es el abandono, de forma obligatoria en algunos casos o por decisión del implicado o su familia, si se trata de un menor de edad, de la llamada mara o pandilla, por medio de los instrumentos y mecanismos necesarios para su rehabilitación y reinserción social.
Que especialmente cuando se trate de menores de edad que deban abandonar la estructura criminal y se sometan al régimen de rehabilitación y reinserción que establece la ley, el proceso deberá involucrar decididamente a los padres o familiares más cercanos que puedan ejercer la tutela del menor. Los parientes deberán acompañar al menor durante todo el proceso de rehabilitación hasta su satisfactoria reinserción social y serán garantes de que él menor no reincida o se coloque al margen de la ley, con la supervisión del Estado.
Que la Ley ha de involucrar decididamente también, más allá de las instituciones públicas, a las instituciones privadas para generar oportunidades reales de reinserción social adecuada en forma de empleo, estudio u otras actividades formativas y que produzcan rédito social.
Que esta ley es parte del complejo sistema en construcción para la armonía y la convivencia pacífica, y la recuperación de la presencia decidida del Estado, en todo el territorio nacional, lo cual debe entenderse no como la ocupación militar del territorio, sino como la reconstrucción de la decidida actuación y responsabilidad fundamental del Estado en el progreso social.

lunes, 2 de marzo de 2015

POSMODERNISMO Y COLONIALIDAD DEL SABER


Caso tras caso, vemos que el conformismo es el camino fácil,
y la vía al privilegio y el prestigio; la disidencia trae costos personales.
Noam Chomsky
Oscar A. Fernández Orellana.
En las discusiones políticas y en diversos campos de las ciencias sociales, han sido evidentes los apuros para formular alternativas teóricas y políticas a la preponderancia total del mercado, cuya defensa más oportuna ha sido formulada por el neoliberalismo.

Estas dificultades se deben, en una importante medida, al hecho de que el neoliberalismo es debatido y confrontado como una teoría económica, cuando en realidad debe ser comprendido como el discurso hegemónico de un modelo civilizatorio, esto es, como una extraordinaria síntesis de los supuestos y valores básicos de la sociedad liberal moderna en torno al ser humano, la riqueza, la naturaleza, la historia, el progreso, el conocimiento y la buena vida.


Las alternativas a las propuestas neoliberales y al modelo de vida que representan, no pueden buscarse en otros modelos o teorías en el campo de la economía ya que la economía misma como disciplina científica asume, en lo fundamental, la cosmovisión liberal (CLACSO: 1993)


Por ejemplo, a los disidentes del socialismo y la revolución, les incomoda oír expresiones como la existencia de la explotación, imperialismo, lucha de clases, oligarquía y explotadores. Se muestran furiosos y despotrican cuando alguien les trata de hacer ver que las clases sociales son una realidad innegable.
Los grandes intelectos de la posmodernidad, los religiosos del catecismo neoliberal, dicen tener argumentos de peso para desmontar la tesis de la vigencia como categorías de análisis, de las estructuras sociales y de poder. Por su poca claridad, sólo es posible identificar, con cierto grado de sustancia, dos tesis, sostiene Marcos Roitman (2010)
Las demás se encuentran en la basura de las ciencias sociales. Son epítetos, insultos personales y críticas sin estatura intelectual, como las que suele usar en sus desvaríos políticos, ARENA.
La primera tesis establece que la argumentación explotados-explotadores es una fantasía, por tanto, todos sus derivados, entre ellos las clases sociales, son conceptos anticuados que solo sirvieron para alborotar al mundo el siglo pasado. Es mentira, ya no hay clases sociales, y si las hubiese, son restos de una guerra pasada. Desde la caída del muro de Berlín hasta nuestros días las clases sociales están destinadas a desaparecer, si no lo han hecho ya, sostienen.
El segundo argumento, consecuencia del primero, nos sitúa en la extinción de las ideologías y principios que les dan sustento, es decir el marxismo y el socialismo. Su conclusión es indiscutible: los dirigentes sindicales, líderes políticos e intelectuales que hacen acopio y agitan la bandera de las clases sociales antagónicas, para describir luchas y alternativas en la actual era de la tecnología y la información, viven de espaldas a la realidad. Melancólicos, enfrentados a molinos de viento que han perdido el tren de la historia. Para seguir adelante hay que modernizar, innovar, buscar conceptos en un mundo deslumbrante y alucinante como el de hoy.
Sin duda en las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI han emergido procesos sociales, económicos, políticos y culturales que no sólo han reinventado la realidad, sino los conceptos para describirla. Ello no es un hecho novedoso. La historia está llena de estos acontecimientos donde se inventan palabras. Basta leer libros de tecno-ciencias, informática, bioquímica o neurociencias para comprobar lo dicho. Incluso una academia tan conservadora como la española de la lengua se ve obligada, cada cierto tiempo, a incorporar voces que emergen de la vida diaria hasta convertirse en una realidad difícil de soslayar. Pero nuevas terminologías no invalidan las ya existentes. Pueden complementar o enriquecer el lenguaje. Pero, ante la infinidad de trampas ideológicas con que nos atrapa el capitalismo, debemos de desarrollar nuestro discernimiento y averiguar que se encuentra detrás de cada uno de estos nuevos significados.
La cultura mundial de los medios de comunicación uniformiza y reduce el planeta. Los diseñadores y promotores de esta cultura dedican cantidades ingentes de energías y dinero al estudio de la influencia y condicionamiento de las conciencias a través de los medios. El análisis de esta actividad revela que a través de ella se pretende crear el tipo de ser humano más conveniente para el sistema capitalista de producción y consumo. El objetivo ha sido convertirnos a todos en apéndices del mercado. Es lógico, por tanto, que la "publicidad comercial", constituya uno de los componentes fundamentales de la cultura actual (Romano: 1993).
La perversión del lenguaje, la manipulación de las palabras y la apropiación interesada de los conceptos, se han convertido en una de las principales formas de corrupción de nuestro tiempo. La corrupción semántica desfigura el sentido de las palabras para que signifiquen lo contrario de lo que quieren decir y se ajusten a los intereses particulares de quien las emplea.
La posibilidad de caer en el absurdo a la hora de renombrar objetos, oficios y situaciones, está a la orden el día. Los casos son variados. Así, nos podemos encontrar que un cocinero se ha convertido en un renovador de alimentos; los recreos en los patios de los colegios han pasado a denominarse segmentos lúdicos y las tiendas se consideran como mercados de conveniencia, un vendedor es un ejecutivo de ventas y cualquiera que pone un negocito para sobrevivir, es un “emprendedor”. Esta moda sólo aporta confusión.
No es lo mismo un concepto viejo que otro anticuado. El imperialismo sigue existiendo, por mucho que les moleste a quienes plantean su muerte en beneficio de la llamada interdependencia global o globalización. Su definición sigue siendo válida en tanto explica a) la concentración de la producción y del capital que dio origen a los monopolios; b) la fusión del capital bancario e industrial y la emergencia de una oligarquía financiera (el poder del dinero que no se ve); c) el poder hegemónico de la exportación de capitales frente a las materias primas; d) la formación de las trasnacionales y reparto del mundo entre las empresas; f) las luchas por el control y el reparto territorial del mundo entre países dominantes; g) las formas de internacionalización de los mercados, la producción y el trabajo; y finalmente la reducción de la capacidad de los Estados y el sometimiento de estos al virtual “Estado transnacional”.
Los cambios experimentados por el imperialismo señalan su versatilidad y capacidad de adaptación en medio de los cambios profundos que sufre el capitalismo. La globalización como concepto no sustituye al imperialismo como una realidad. Sin embargo, entender que el imperialismo actual dista del imperialismo del siglo XIX, es de sentido común y no requiere de muchas conjeturas.
El imperialismo goza de buena salud. Otro tanto ocurre con el concepto de clases sociales. En la actualidad muchos científicos sociales prefieren hablar de estratificación social y estructuras ocupacionales antes que acudir al concepto de clases sociales para explicar las desigualdades, la pobreza o la indigencia. Los ejemplos pueden continuar. También los conceptos de explotación y colonialismo internos han caído en desgracia, aunque la semi-esclavitud, la trata de blancas, el trabajo infantil y el dominio “de las razas superiores” sean una realidad cada vez más extendida en el planeta. De esta forma, negar la existencia de la lucha de clases, resulta casi kafkiano.
Es estas circunstancias adversas para el pensamiento crítico en América Latina, donde nace, plantea una nueva realidad que trata de explicar este rechazo al uso de conceptos y categorías provenientes de la tradición humanista y marxista: la colonialidad del saber y del poder (Aníbal Quijano: 2000)
Bajo el manto de parecer posmodernos, integrados a la llamada sociedad de la información y partícipes de la globalización neoliberal, se renuncia a ejercer el juicio crítico. Es más cómodo dejar de pensar, apoyándose en una supuesta caducidad de los conceptos, que darse a la molestia de averiguar cuáles son y han sido las transformaciones sufridas por las clases sociales durante las últimas décadas. Ello supondría reflexionar, atributo del cual carecen los nuevos robots alegres del pensamiento único (Roitman: 2010)
La mediación efectuada por el pensamiento único re­duce las contradicciones hasta el punto de eliminarlas. Su misión es la unificación de lo que se presenta dividido, dis­gregado. El pensamiento diferenciado, crítico, se realiza, sin em­bargo, como toma de conciencia de la realidad plural y con­tradictoria. Este tipo de conocimiento exige el esfuerzo constante por aplicar el instrumento de la razón al dominio de su entorno. Especial obligación de ello tiene el liderazgo político de izquierdas.