“A los que están aún marginados de este proceso
les
digo: vengan hay un lugar para cada uno
en
la construcción de un nuevo país”
Salvador
Allende.
1971
Oscar
A. Fernández O.
Estamos conscientes que nuestro país
se encuentra en un cruce histórico, en un momento cuya tendencia apunta a la
profundización de la crisis. Tenemos que desenredar esta especie de nudo y no
disponemos de todo el tiempo, y para hacerlo sin que se agudice la violencia
social, se necesita insoslayablemente el
imperio de la sabiduría, la justicia y la capacidad plena de liderazgos de
primer nivel. Los Estados, su forma de gobernar y las sociedades en general
atraviesan por una tirante relación, que nos está llevando a la deslegitimación
de la institucionalidad y la política. Es urgente establecer cuáles son las
oportunidades de avanzar y aprovecharlas inmediatamente, pero al mismo tiempo
evitar los riesgos de resquebrajar el débil Estado heredado, como pretende el
capitalismo anarquista.
Se necesita establecer cuáles son las
facultades críticas para gobernar con una visión de largo plazo y que
propuestas, por exigentes que sean, pueden ser factibles en un corto y mediano
plazo. Los recursos limitados del Estado
deberán concentrarse en un reducido número de mejoras, capaces de lograr
una diferencia real. Pretender abarcar más no sería ni lógico ni responsable,
porque no se pueden afrontar las grandes transformaciones recurriendo
simplemente a “más de lo mismo pero un poco mejor”. La estrategia óptima
reside, por consiguiente en trabajar sobre un número adecuado y realista de
reformas con un techo limitado para asegurarles factibilidad, mientras al mismo
tiempo, adoptamos una posición suficientemente profunda para que el impacto sobre
la capacidad de gobernar marque el cambio frente a la tradicional ineptitud y
corrupción demostrada por las administraciones derechistas.
La transición democrática hacia sus niveles
superiores (Rediseño del Estado y participación real de los ciudadanos en las
decisiones de la Nación ),
que implica además el completo ejercicio de las libertades y la justicia
social, comienza, para nosotros los revolucionarios con lo planteado en los
Acuerdos de Paz y no ha concluido. Ciertamente se ha avanzado de manera lenta y
superficial, con la participación del FMLN
y algunos movimientos sociales y la constitución de importantes pero
insuficientes instituciones públicas civiles. Por tanto si los Acuerdos de Paz
fueron concebidos como la puerta para entrar a una nueva sociedad más
igualitaria y libre, veinte años después solo hemos avanzado a escasos
centímetros del umbral.
La sociedad salvadoreña en su mayoría
interpretó aquél trascendental paso, más allá que un simple cese de
hostilidades, como la salida a la profunda crisis de ajuste, entre las
estructuras políticas autoritarias del viejo régimen y las nuevas necesidades y
exigencias de los salvadoreños. Los acuerdos de Paz y una nueva Constitución deberán
materializar un Nuevo Contrato Social como, el proyecto para conformar y
consolidar esas aspiraciones.
La oligarquía económica, poder de
facto por excelencia, se abroga el derecho de violar sistemáticamente la Constitución e impone
leyes que claramente contrastan con la justicia y su aplicación está
sistemáticamente dirigida contra sus enemigos de clase. Bajo este género de política, se consolida un
sistema basado en la concentración de los ingresos económicos producto del
modelo librecambista, que ha sido colocado por encima de la dignidad, la
justicia y los derechos de las personas.
Esta camarilla, usando su poder de
facto y todas las artimañas imaginables, se ha encargado de ir frenando las
posibilidades de avanzar más rápido. Los revolucionarios somos los llamados a
vencer dichos obstáculos, junto al pueblo salvadoreño e ir construyendo una
sociedad que nos lleve a crear las condiciones para dar el salto transformador.
El entorno internacional es
dramáticamente complicado. Los Estados tienen grandes limitaciones para
resolver sus propios problemas (endeudamiento, corrupción, administración
deficiente, seguridad pública, pobreza, etc.) y muestran incapacidad de
enfrentar los problemas globales (economías trazadas por el FMI, terrorismo,
crimen internacional, epidemias y pandemias muy graves, desastres medioambientales,
extrema pobreza y hambre, etc.) En contraposición a los fervientes deseos de la
humanidad de vivir en paz y con pleno uso de sus derechos, el planeta se
enfrenta a un número de conflictos, guerras e injusticias, internas e
internacionales, mayor que en cualquier otra época, con el desarrollo de un
súper poder militar que sobrepasa la capacidad legal y legítima de las Naciones
Unidas y otras organizaciones jurídicas internacionales, a lo que se suma la
proliferación sin control de ojivas nucleares, armas bioquímicas y tecnología
sofisticada de guerra, cuya ubicación es desconocida. El mercado negro de armas
y el narcotráfico constituyen juntos, sin duda, el imperio paralelo al poderoso
establishment del gran capital
mundializado. La sociedad está sumergida hoy, como lo estuvo en el siglo
pasado, en una explosiva polarización entre la pobreza y pobreza extrema de las
mayorías y la opulencia insultante de unos pocos.
El rediseño de la forma de gobernar se
sustenta en medidas modestas pero factibles que influyan en la construcción de
un futuro mejor. Creemos que incluso leves mejoras en los procesos críticos de
gobierno, pueden marcar la diferencia entre una fractura social y su consiguiente
efecto, la violencia contestataria , y el avance de la democracia con un
concepto más propicio de progreso humano, hasta que vengan ideas mejores y construyamos
las condiciones propicias.
La seria crisis sociopolítica y
cultural que vivimos los salvadoreños
puede ser útil y quizás esencial para provocar cambios e innovaciones
profundas, pero no podemos dejarlo en manos de las corrientes conservadoras
corporativistas y mercantiles que hasta hace poco gobernaban, pues para lograr
que algunas de las crisis inevitables no se vuelvan consuetudinarias y resulten
en innovaciones indeseables, son necesarias ideas y acciones nuevas, frescas,
de cambio y profundamente arraigadas a las necesidades de la sociedad.
El poder personificado en el capital
financiero global, que hoy dirige la historia mundial, vuelve ilegítimos a los
estados nacionales, reprime la acción política tradicional, reorganiza a las
sociedades en sectores de consumo y hace emerger un nuevo grupo de
“intelectuales” de la internacionalización financiera, quienes disfrazan de
teoría una serie de procedimientos empíricos que conforman el nuevo patrón de
acumulación: la ideología del neoliberalismo. Pero todo esto ha generado
a su vez, nuevas fuerzas sociales que defienden sus derechos como una forma de
resistencia ante una poderosa máquina generadora de atropellos y de una cultura de agresión y violencia contra
los pueblos más vulnerados.
Por
lo tanto, es necesario aumentar el poder de la gente, que significa no la
desaparición del Estado, sino al contrario el rediseño del mismo, como una
creación del pueblo, con el pueblo y para el pueblo. Debe priorizarse la
búsqueda permanente de las personas aptas para construir mecanismos de control
cristalino en el manejo de la cosa pública y sus instituciones.
Hacer
que el Estado llegue a la sociedad a través de los partidos políticos y las
instituciones únicamente, ya no es posible, por eso resulta impostergable crear
un nuevo espacio público amplio no estatal, que en coordinación con las
instituciones centrales y los gobiernos locales, abra un nuevo lugar de
decisiones. Ese deberá ser nuestro gran aporte en un futuro de medio plazo.
En el marco de la consolidación de una
democracia participativa es esencial cambiar el concepto tradicional cerrado y
aislado de gobernar, por uno actualizado, abierto, participativo, democrático y
fundido con las masas trabajadoras, con el fin de preservar una amplia
interpretación del interés público que abarque las necesidades de los seres
humanos como un todo. Estas élites deberán incluir a políticos representativos,
funcionarios de primer orden, obreros y activistas sociales de distintas
categorías, sin que se caiga en el error de crear burocracias amamantadas por
los procesos de transición social y que de acuerdo a la experiencia, se convierten
en círculos de poder reaccionarios que terminan planteando como fin “la humanización
del capitalismo” y el impedimento a la lucha de clases.
No es posible, dar saltos de la noche
a la mañana porque existen estructuras reaccionarias que no lo permiten y el
primer aspecto es crear una estrategia anti-neoliberal, anti-capitalista. Es un
proceso de transición, que nos permite no desviarnos del camino y se refleja en
algo que es la base para cambiar el modelo actual: el aseguramiento de las
condiciones básicas de la población. El Estado no es el fin, sino un medio para
la construcción de la democracia participativa, del poder popular.
Por eso votar por el FMLN es votar por
el proceso de cambio que ya ha comenzado, un cambio que no es palabra vacía, no
es propuesta que se la lleva el viento, no es sólo una consigna partidaria, ni
mucho menos un slogan del “marketing electoral”, es una estrategia y una
realidad que ya está en marcha hacia el futuro.